Yo creo que en actitud orante en este día, nos podemos poner ante el Señor transfigurado, suplicando que nuestra alma, corazón y vida sean transformados en la imagen de Cristo. Por cierto, me encontré una oración para pedirle al Señor que nos transfigure y pensé que para nuestra reflexión del día de hoy nos puede servir, así que aquí la copio tal cual: «Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Quiero ser tu vidriera, tu vidriera azul, morada y amarilla. Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero por ti en tu gloria traspasado. Transfigúrame, Señor, transfigúrame. Mas no a mí solo; purifica también a todos los hijos de tu Padre que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron que les guiara a decir el Padrenuestro. Transfigúranos, Señor, transfigúranos. Si acaso nada saben de ti, o dudan, o blasfeman, límpiales el rostro, como a ti la Verónica; descórreles las densas cataratas de sus ojos; que te vean, Señor, como te veo. Transfigúralos, Señor, transfigúralos. Que todos puedan, Señor, en la misma nube que a ti te envuelve, despojarse del mal y revestirse de su figura nueva, y en ti transfigurarse. Y a mí, con todos ellos, transfigúrame, Señor, transfigúrame». ¿Verdad que ayuda a adentrarse en el tema?
La Transfiguración es una muestra del poder de Dios y, también, de su misericordia, porque un día nosotros nos veremos con los cuerpos y los semblantes radiantes en conversación con Jesús Glorificado y todos sus santos. Sólo alcanzaremos la transfiguración si seguimos el camino de Jesús, y ese camino, como anuncia hoy en esta escena maravillosa, para alcanzar la resurrección ha de pasar por la cruz. San Juan Pablo II, comentando este pasaje —Vita consecrata, n. 15— nos dice que «el episodio de la transfiguración marca un momento decisivo en el misterio de Jesús. Es un acontecimiento de revelación que consolida la fe en el corazón de sus discípulos, les prepara al drama de la Cruz y anticipa la gloria de la resurrección». En efecto, nuestro Señor concede a sus apóstoles la gracia de contemplar su rostro transfigurado en el Tabor para confirmarlos en su fe y para que no desfallezcan ni se escandalicen cuando vean su rostro desfigurado en la Cruz. Que nos queda claro que la pasión y el dolor son camino de gloria y de resurrección. Así pues, este relato nos anima a no soñar con triunfos fáciles, con una vida de placeres y de glorias mundanas. A la luz de la gloria del cielo hemos de llegar a través del camino, muchas veces oscuro y penoso, de la cruz. Pero si vamos por esta senda, ¡vamos con paso seguro! Ahora compartimos los sufrimientos de Cristo Crucificado. Pero, cuando llegue aquel día bendito de nuestra propia transfiguración, nuestra dicha y nuestra gloria será casi infinita. Sigamos el camino de la mano de María con el anhelo de ser transfigurados. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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