jueves, 19 de agosto de 2021

«Todos somos invitados»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 22,1-14) nos presenta la parábola del festín de las bodas. Una escena que nos deja ver que Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de «boda»... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión en el gozo del Reino Eterno. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado.

Aunque muchos no acepten la invitación, porque están llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convídenlos a la boda». El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También, al final de la parábola, podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere, para ser auténtico discípulo–misionero de Cristo, una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos.

Los que somos invitados a la fiesta del banquete —a la hora primera o a la undécima, es igual— debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10). Nosotros hoy necesitamos cuidar mucho nuestra mentalidad, tener un corazón humano muy misericordioso. De lo contrario o nos comportamos como los primeros invitados o como el invitado que no llevó vestido de fiesta. Lo cierto es que nosotros participamos ya en el banquete de la Eucaristía, anticipo del banquete eterno. Con María la Madre de Dios preguntémonos ¿Cuál es nuestro atuendo? ¿Cuáles son nuestras obras? Jesús nos recuerda que los «escogidos» son los que responden con fidelidad a la llamada (cf. Is 41,9; 42,1). ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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