San Mateo –y también los otros evangelistas sinópticos— sitúan, tras la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, una serie de parábolas, que son una especie de alegatos contra la hipocresía de quienes están instalados en un inmovilismo religioso impresionante como el que vivían muchos de los fariseos de aquel tiempo. Hay una parábola de estas, en la que Jesús realiza sus acusaciones de manera más que clara, afirmando que las prostitutas y los publicanos se adelantarán a los fariseos en el Reino de los Cielos, una acusación bastante fuerte y provocadora (Mt 21,28-32). El Señor los estaba, de esta manera, comparando con los pecadores públicos más despreciados por la sociedad judía de su tiempo. Pero, ¿por qué Jesús habla de esta manera? ¿Qué lo ha llevado a dirigirse así a estos hombres que según ellos estaban cumpliendo con todos los puntos y comas de la ley? De entrada puedo decir que esta parábola me hace recordar aquel conocido proverbio que dice: «Obras son amores que no buenas razones». El que está enamorado de la Ley de Dios, pero de esa ley que está fundada en el amor, sabe que Dios no es un vigilante atento a que se cumpla la ley solo porque se tenga que cumplir, sino que es un padre que nos acoge y nos empuja a tomar las riendas de nuestra vida.
Lo que el discípulo–misionero debe hacer lo hace por su propia voluntad y por amor, como Cristo que dice: «A mí nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero» (Jn 10,18). La voluntad del que quiere vivir bajo la ley del amor no cumple con su deber porque alguien le controle desde fuera. En el contexto del amor de Dios es donde la propia libertad y la responsabilidad cobran sentido. No hay nadie que mida y cuente nuestros fallos para castigarnos, pero sí hay alguien que, con todo el cariño imaginable, nos anima a que crezcamos y maduremos como personas. Hoy sigue habiendo muchos fariseos de este tipo, gente «católica» que simula una conducta amable dentro del templo, pero luego se convierte en una verdadera fiera para con sus hermanos: El empresario que es cumplidor de los preceptos, pero que no paga lo justo; la persona que clama por la justicia social y en su actividad trabaja mal o roba a su jefe, etc. Puede haber, tal vez, una hipocresía menos culpable, que, alojada en lo más profundo de la conciencia haga despreciar al pecador, al débil, al marginado y ello lleve a ensalzar la propia virtud, creando una barrera infranqueable respecto a esos hermanos necesitados de nuestra ayuda.
Vivir en la ley del amor no es cuestión de palabras prometedoras, como las del hijo que dice: «“Ya voy, señor”, pero no fue» (Mt 21,30). Recuerdo que hay un refrán que reza: «Del dicho al hecho hay mucho trecho» y pienso en el «Sí» de María, dado con todo el corazón para quedarme meditando en una pregunta: ¿El amor es auténtico cuando se le da largas o cuando se demuestra? Hoy es 1 de octubre, día en que recordamos a una santita excepcional que es Doctora de la Iglesia, la consentida de la beata María Inés y de muchos, la que cada día me acompaña de diversas maneras y que decía: «Amor, con amor se paga». ¡Feliz día, mi querida Santa Teresita del Niño Jesús!
Padre Alfredo.
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