Cuando Jesús tiene algo importante que enseñar, recurre a una comparación, a lo que los creyentes conocemos como «parábola». En el Evangelio de San Lucas hay muchas parábolas, y una de ellas es la que nos cuenta en Lc 11,5-13, una historia curiosa que termina en pregunta que se amplía con una explicación para la gente de su tiempo y para nosotros. ¡Pedir, buscar, llamar! Dios no nos pone condiciones. Si pides, recibirás. Si llamas a la puerta, te abrirá. Claro que Jesús no dice cuánto tiempo va a durar el tiempo de la petición, de la búsqueda o de llamar, pero lo cierto es que vamos a obtener resultado, como lo ha demostrado la historia de tantos santos que experimentaron una oración de confianza constante en el Padre providente. La parábola contenida en este pasaje, llamada «del amigo inoportuno», es una invitación a desarrollar una oración insistente. La oración alimenta la confianza. El que reza tiene la certeza de que nunca está solo porque Dios siempre escucha, aunque el orante sea inoportuno en apariencia. El Señor nos dice en el Evangelio que pidamos.
La oración de súplica está llena de matices: en algunos momentos se trata de reclamar, para algunas ocasiones hay que invocar, en algunos casos se trata de llamar con insistencia, incluso, en determinadas ocasiones, hay que luchar en la oración. La oración nos hace capaces de Dios y de recibir sus dones. Mediante la oración de petición reconocemos que necesitamos de Dios. Pedir es volvernos hacia Él como a nuestro Padre. Sin embargo, a veces llegamos a pedir cosas superficiales o banales, porque no sabemos pedir como conviene (Rm 8,26). Esas pequeñas esperanzas nos alejan de Dios. Entonces, ¿cómo pedir?, ¿qué pedirle en la oración? Primeramente hay que pedir perdón, porque todos somos pecadores. También tenemos que rogar que venga el Reino de Dios, así como la gracia para acogerlo y la fuerza para cooperar con su venida. Por último, todas nuestras necesidades, que pueden convertirse en objeto de petición. Con esta seguridad, oremos en toda ocasión, pero, tenemos que aprender a pedir y a esperar del Padre lo mejor. El Señor solo quiere nuestro bien, por eso nos revela algo que muchos no queremos oír…No se trata únicamente de pedir y recibir aquello que pedimos… Que es en lo que generalmente nos quedamos enganchados y demandamos, porque alegamos que Dios es bueno y nos da todo lo que pedimos.
Se trata de pedir y recibir solo aquello que nos conviene, aquello que es mejor, aquello que constituye el bien más preciado que Dios nos puede ofrecer y que pone en nuestras manos. Este es más grande que cualquiera; por eso explícitamente lo señala Jesús: ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! La última parte de esta perícopa de San Lucas (Lc 11,13) habla del Espíritu Santo. El evangelista dice que hay que pedir el don del Espíritu Santo: Admirable revelación, que contiene todo el secreto de la vida espiritual. Hoy podemos orar al Padre, y pedirle que nos dé el Espíritu Santo, que Jesús nos prometió en su nombre, y entonces no sólo seremos capaces de obedecerle, sino que el hacerlo nos será fácil y alegre. Una oración sencilla, humilde y confiada, propia de la fe viva y de la infancia espiritual, es la que más glorifica al divino Padre, porque le da ocasión de desplegar misericordia; y su eficacia es infalible, porque se funda en la promesa hecha aquí por Jesús. Este jueves —si es ante Jesús Eucaristía, mejor— pidamos ser dóciles al Espíritu Santo y llenarnos de Él para suplicar al estilo de María, siempre llena del Espíritu Santo: «Hijo... ¡no tienen vino! (Jn 2,13). Que, como ella, oremos a Cristo y nuestra oración no sea un monólogo egoísta, en que hablemos únicamente de nuestra vida y nuestros problemas, sino que sea una oración que tome en cuenta el hambre y las necesidades del otro. Amén.
Padre Alfredo.
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