Hoy empiezo mi reflexión haciendo mención de dos versículos de la primera lectura de la liturgia de hoy, que está tomada de la carta de san Pablo a los Romanos y que dice: «¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, esclavo de la muerte? ¡La gracia de Dios, por medio de Jesucristo, nuestro Señor!» (Rm 8,24-25). Y es que ayer en la mañana recibí la noticia de que dos personas, de alguna manera cercanas a mí, fueron llamadas a la Casa del Padre. En California murió Alan, uno de nuestros aspirantes a Van-Clar –de 23 años de edad– luego de una ardua lucha contra el cáncer que empezó en la piel y se siguió por otras partes consumiendo su joven vida en pocos meses. Acá en Ciudad de México murió Germán, uno de nuestros valiosos colaboradores en la pastoral parroquial de Fátima –de 83 años–. Dos vidas, dos entregas, dos llamados, dos testigos, dos discípulos-misioneros que experimentaron en plenitud, cada uno en su realidad, el gozo de vivir por Cristo, con Él y en Él hasta alcanzar la gracia de la perseverancia final.
Nuestra existencia es prestada y cada vida se va entretejiendo, al menos, con tres actitudes básicas y constantes: ver, juzgar y actuar. El evangelio de la liturgia de hoy nos lo recuerda (Lc 12,54-59) y nos muestra que es importante ver y saber lo que vemos mientras estamos en este mundo: «¿Por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? ¿Por qué, pues, nos juzgan por ustedes lo que les conviene hacer ahora?» (Lc 12,56-57). No todo lo visible llegamos a verlo y casi nada es evidente e inequívoco en esta vida, porque el dato puro no mueve la historia ni los sueños ni las decisiones. Vamos viviendo a la sorpresa de Dios y siendo lo que interpretamos viendo, juzgando y actuando. La vida pasa tan de prisa como para Alan en sus 23 o para Germán en sus 83... «Se hace camino al andar» dice el poeta y el cantante, y ese camino se construye decidiendo momento a momento. De nada sirven 10, 15, 70 o 100 años de ver e interpretar si no hay arrojo para llevar el Evangelio a la práctica. A Germán lo vi por penúltima vez en una reunión de consejo de pastoral parroquial, lleno de entusiasmo y dando sus sabios consejos de una persona entrada en años; nuestro último encuentro fue en el hospital y él ya sin hablar, días antes de morir. Alan, por su parte, estaba preparando su viaje a África, colaborando en las ventas para recaudar fondos en la parroquia de Santa Rosa de Lima, en donde el grupo de Van-Clar de Maywood se reúne; por aquí y por allá han quedado algunas fotos como muestra de su entusiasmo por la misión.
Cuantos proyectos de tanta gente se quedan en nada porque al final no se atreven a dar un paso, tomar una decisión, decir sí o no en lugar de dejarse llevar por la vida. Germán y Alan han concluido su andar en esta tierra y «la gracia» los ha llamado a la vida eterna. Sabemos que, como dice san Pablo, Cristo es el único que libera de las ataduras de la muerte, el único que nos saca de las tinieblas y del sufrimiento y nos lleva a la luz y a la alegría de la vida eterna. Así que ante este testimonio tan grande y valioso de Alan y Germán sólo podemos decir: «Te damos gracias, Señor, por tantos beneficios concedidos a nuestros hermanos Alan y Germán y por otros tantos beneficios que, a través de ellos, has dejado a muchos». Si sabemos distinguir y aceptar la voluntad de Dios como ellos, alcanzaremos el fin último del cristiano que es la santidad. Descansen en paz estos hermanos nuestros y que el Espíritu de Cristo invada nuestro corazón para que libres de toda inclinación al pecado, podamos experimentar la Vida Eterna desde aquí y ahora como María, como los santos, como muchos hermanos en la fe que se nos han adelantado. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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