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San Lucas nos recuerda que en Jesús no tenía tiempo de teorizar, Él se daba a la práctica y allí aplicaba la teoría. Los discípulos le piden que les enseñe a orar «como Él» hace (Lc 11,1) y entonces Él les enseña el Padre Nuestro. Como Verbo encarnado, Jesús conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2765). El Padre conoce lo que necesitamos antes de que se lo digamos, pero es necesario que nosotros tomemos conciencia de nuestras necesidades más profundas; aquéllas que ni nosotros podemos satisfacer ni tampoco nuestro mundo y que se resumen en el don del «Espíritu Santo», que debe ser el objeto último de nuestra súplica. El Espíritu Santo nos mueve a llamar a Dios «Padre», por eso hoy me hago un autoexamen: ¿Rezo el Padre Nuestro? ¿Cómo rezo el Padre Nuestro? ¿Qué significa la oración del Padre Nuestro para mí? El Papa Francisco me regala una pregunta más con todo y respuesta para ayudarme a mi reflexión: «¿Es un Padre solamente mío? No, —dice el Papa— es el Padre nuestro, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no puedo ser hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un Padre, con certeza, mío, pero también de los demás, de mis hermanos. (Cf. S.S. Francisco, de 2013, homilía en Santa Marta)
Es un gran consuelo poder llamar «Padre» a Dios. Si Jesús, el Hijo de Dios, nos enseña que invoquemos a Dios como Padre, es porque en nosotros se da la realidad entrañable de ser y de sentirnos hijos de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús, a quien acabamos de festejar al inicio de este mes, en sus escritos autobiográficos apunta: «Yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como Santa María Magdalena, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a Él ¡con locura...!» (Manuscritos autobiográficos 4,39r). Los santos no se cansaron de orar con el Padre Nuestro y, si el libro de los Hechos de los Apóstoles, dice que los primeros discípulos-misioneros oraban con María (Hch 1,14), seguramente Ella, la Madre de Dios, oró también con el Padre Nuestro, esta genial e imprescindible oración que nos invita a re-estrenar el compromiso que tenemos como hijos y hermanos: Escuchar, vivir, predicar, extender y disfrutar del Reino de Dios al que el Padre nos invita desde aquí y ahora. ¡Hermanos, que tengan todos un estupendo miércoles, lleno de amor a nuestro Padre!
Padre Alfredo.
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