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Ciertamente que toda enfermedad física es un desorden en el organismo, pero toda clase de enfermedad espiritual también lo es. La mujer de la escena evangélica llevaba dieciocho años en esta situación. Ella no habla, no tiene nombre, no pide la curación, no toma ninguna iniciativa. La vivencia de su fe era fría, vacía, acomodada. Su pasividad me llama la atención porque me recuerda a tanta gente que hoy, enferma del espíritu y sometida al desorden de este mundo, parece no esperar curación alguna por temor, quizá como aquella mujer, de no estar «a tono» con las costumbres que se siguen. San Lucas nos habla de una reacción autoritaria del jefe de la Sinagoga porque es sábado. El dominio sobre las conciencias a través de la manipulación de la ley de Dios era muy fuerte. Era ésta la manera en que mantenían a la gente sometida y encorvada. Hoy no es de esta manera, pero, esa manipulación sigue existiendo por los grandes gurús de nuestro tiempo que se sienten dueños de la fe y de las vidas de tantas personas. ¡Cuántos falsos profetas, curanderos, chamanes y demás, influyen en las vidas de tanta gente para retenerlos en el desorden de este mundo, dándoles recetas falsas que ni curan ni resuelven situaciones! ¡Cuántas estafas fabricando falsas ilusiones que a la gente la dejan igual, sometida! ¡Cuántos engaños para que la gente siga pague y pague por salud exterior o interior y no salga de su situación!
Con este ejemplo sacado de la vida ordinaria, Jesús muestra la incoherencia de lo que ofrecen tantas mentes cerradas, enajenadas, ciegas, opresoras, engañosas. Si está permitido desatar un buey en el día de sábado, sólo para darle de beber, mucho más está permitido desatar a una hija de Abrahán para liberarla del poder del mal. La Ley que agrada a Dios es ésta: liberar a las personas del desorden, del poder del mal y ponerlas en pie, para que puedan glorificar a Dios y rendirle homenaje. Jesús no quiere que nadie se quede en ese desorden. Desatar y liberar a las personas no tiene, para Él, un día marcado; ni sábado, ni lunes, ni ningún otro. Eso es cosa de todos los días. Hoy somos nosotros, los discípulos-misioneros de Jesús, los que tenemos que «imponer las manos» orando y ofreciendo espacios de curación y sanación interior que enderecen el desorden de tantas personas encorvadas, para que puedan glorificar a Dios con dignidad, seguridad y alegría. ¡Qué la Santísima Virgen nos ayude! ¡Ella, la mujer del orden exterior e interior nos quiere sanos! ¡Qué Ella, siempre fiel al Señor, nos fortalezca para continuar la misión que Cristo inició, devolviendo el orden a las almas y cuerpos enfermos! Bendecida semana.
Padre Alfredo.
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