Pasando las noticias de todo lo que el terrible sismo nos ha dejado, en combinación con la tragedia que el terrorismo ha causado en Las Vegas; seguramente la televisión y la radio volverán a las noticias que ellos consideran «novedosas» y que no nos hablarán precisamente de cosas buenas enfocadas hacia el bien común a consecuencia de lo vivido, o de personas o matrimonios y familias que, a pesar de las dificultades que vivieron entre los escombros siguen compartiendo la vida, o de personas que van consiguiendo ayudar a otros a resurgir a una nueva vida base de esfuerzos y sacrificios. Estos, que sí trabajan por el Reino de Dios, aquí y ahora, aunque no serán seguramente noticia de los medios, que no harán eco de ello. Sí, seguro volveremos a ver y a enterarnos de las noticias, escuchando lo contrario a las virtudes del Reino de Dios: robos, explotación de los demás, políticos que no cumplen, sacerdotes y seglares corruptos, personas que buscan la fama sin importarles el ridiculizar a los demás, divorcios de artistas de moda, guerras entre las naciones, y, cuando aparezcan desastres, el círculo se repetirá. Los primeros versículos del Evangelio de san Lucas (Lc 10,1-12) nos invitan a salir fuera de nosotros, fuera de los templos, fuera de nuestras zonas de confort, para anunciar la Buena Noticia de Jesús a los que aún no la conocen. Cristo nos envía de dos en dos para representar la comunidad de los creyentes que busca hacer el bien y transformar este mundo en uno nuevo, aunque no seamos noticia que aumente el rating.
Los setenta y dos del Evangelio somos nosotros, los discípulos-misioneros que queremos prolongar la tarea de los Doce. Mediante la misión de los discípulos-misioneros, Jesús trata de rescatar los valores y reestablecer su orden. Jesús, hasta nuestros días, y, a través de nosotros (o a pesar de nosotros), trata de renovar y de reorganizar las comunidades para que sean de nuevo una expresión de la Alianza, una muestra del Reino de Dios, aunque no sean noticia para los medios. Por esto, insiste en valores como la hospitalidad, el compartir, la acogida a los excluidos… cosas que en el mundo de hoy no están muy de moda. Esta insistencia de Jesús se percibe en los consejos que da a los discípulos cuando los envía a la misión. En el tiempo de Cristo había diversos otros movimientos que, al igual que Él, trataban de presentar una nueva manera de vivir y convivir; por ejemplo, Juan Bautista, los fariseos y otros. Ellos también formaban comunidades de discípulos (Jn 1,35; Lc 11,1; Hch 19,3) y tenían a sus misioneros que buscaban transformar el mundo (Mt 23,15).
La primera tarea que los discípulos-misioneros tenemos, es rezar para que Dios siga enviando obreros (Lc 10,2). Todo discípulo-misionero debe sentirse responsable de la tarea evangelizadora de la Iglesia. Por esto se tiene que rezar al Padre para que haya continuidad en la misión. Jesús envía a sus discípulos como corderos en medio de lobos (Lc 10,3). La misión nunca ha sido tarea fácil, sino algo difícil y peligroso. Pues el sistema en que los discípulos vivían y en el que seguimos viviendo, era y sigue siendo contrario a los valores del Reino. El discípulo-misionero que va sin nada (Lc 10,4), llevando apenas la paz, muestra que Jesús nos envía a crear un mundo nuevo. Por medio de esta práctica, llevando la paz, el discípulo-misionero busca rescatar los valores del Reino. El «no saludar a nadie por el camino» (Lc 10,4), significa que no se debe perder tiempo en cosas que no pertenecen a la misión. Anunciar el Reino es llevar a una nueva manera de vivir desde la Buena Noticia que Jesús nos trae: que Dios es Padre y Madre de todos nosotros. Si le pedimos a la Madre de Dios, que nos ayude a cumplir con este encargo –aunque no seamos noticia interesante para los medios– seguro el mundo cambiará, porque por lo menos nosotros… estamos buscando cambiar. ¡Bendecido Jueves de adoración a Jesús en la Eucaristía, rogándole, envíe más y más operarios a su mies!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario