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Vivimos en una sociedad que se sumerge cada día con más entusiasmo y fervor... ¡en las cosas materiales! Una sociedad interesada en ganar y gastar más dinero, el mejor carro, la mejor casa, la mejor ropa, aunque para ello se tenga que dejar a un lado convicciones tanto sociales como religiosas. Los valores económicos, el poder, el éxito, el prestigio, la buena vida, son cosas que atraen poderosamente a la gente de nuestro tiempo. Pero, es una lástima que como sociedad, no pongamos el mismo cuidado y dedicación en la adquisición de los valores éticos, religiosos y culturales; en el compartir, en la amistad, en la familia, en el trabajo en equipo, en el estudio, etc. ¿Para que servirán todas las cosas materiales cuando nos presentemos ante el Señor? Yo no quiero decir con esto que no busquemos mejorar nuestra vida y la de toda nuestra sociedad, pero el auténtico discípulo-misionero, el que realmente sigue al Señor, debe tener la Fe y la confianza en que, si seguimos sus pasos, nunca nos va a dejar en la calle y siempre tendremos lo que realmente necesitamos para vivir. Dios nunca abandona y, es más, hasta puede que nos dé, por su gracia y su infinita misericordia, más de lo que necesitamos. «Busquen los bienes de allá arriba» –dice San Pablo (Col 3,1-4)–, esos bienes que son bienes aquí y ahora y lo van a seguir siendo después.
Esta es la sagacidad que nos pide Jesús: «Armonía y equilibrio entre esta vida y la otra». Y hacerlo, muy en particular, con lo que nos puede enriquecer aquí y allí. Lo que hizo él; lo que hizo su Madre santísima, lo que hicieron y hacen los santos. Vivir en una dependencia constante a Dios, como decía la beata María Inés: «Depender más que nada de la divina Providencia. Estar siempre seguros, como lo hemos estado, que jamás nos faltará si, ante todo buscamos primero su reino, entonces todo lo demás, nos llegará por añadidura» (Consejos, Doc. 00486, f. 1360. El valor de una vida no consiste en tener muchas cosas, sino en ser rico para Dios (Lc 12,21). Pues, cuando la ganancia ocupa el corazón, no se llega a repartir la herencia con equidad y con paz. El Papa Francisco decía un día: «Nunca he visto un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre», indicando que lo que se nos va a pedir en aquel momento es la vida, no son nuestros bienes y dineros. Pidamos el sano equilibrio: no podemos despreciar el dinero que necesitamos, pero tampoco debemos poner nuestro corazón y depositar nuestra confianza en él como centro de nuestras vidas. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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