lunes, 2 de octubre de 2017

«Ángel de mi guarda, mi dulce compañía»... UN pequeño pensamiento para hoy


Apenas ayer domingo, «Día del Señor» iniciamos un nuevo mes, octubre, el mes de las misiones y del santo rosario. Hoy, lunes 2, celebramos la fiesta de los Santos Ángeles Custodios... ¡Nuestro ángel de la guarda! Creo que todos recordamos aquella jaculatoria que muchos aprendimos desde pequeños: «Ángel de mi guarda, mi dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día». ¡Qué sencillez tan valiosa la de los niños para orar! Por eso el evangelio de hoy tiene como palabra clave «los niños» (Mt 18,1-5.10). Los niños, en el lenguaje evangélico, nos hacen pensar en las personas que, no solamente siendo pequeños, sino de todas las edades viven con sencillez el contacto con Dios: «los pequeños». Jesús pide que «los niños» estén en el centro de las preocupaciones de la comunidad, pues «el Padre no quiere que ni uno de estos pequeños perezca» (Mt 18,14). El mes misionero lo hemos iniciado, bajo la mirada de María, celebrando a la patrona de las misiones, santa Teresita del Niño Jesús, que, entre otras cosas, solía decir: «Yo soy un alma minúscula que solo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor».

Los niños no se preguntan mucho del porqué de las cosas, gustan del misterio y conviven con él con naturalidad.  Cuando la persona crece, busca ir desvelando esos misterios y hacerlos razonables. Hay cosas que, para entenderlas, necesitan que conservemos esa «infancia espiritual» que caracteriza a santa Teresita, a san Juan Pablo II, a la beata María Inés y a tantos santos más. ¿Cómo es que la fe cristiana habla de los ángeles, como seres que nos acompañan personalmente y que nos protegen por los senderos de la vida? El Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de los ángeles y dice citando a san Agustín: «“El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel” (Psal. 103, 1, 15). Con todo su ser –afirma el Catecismo–, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan “constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10), son “agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Sal 103, 20)» (cf. Catecismo Nº 329).

Cada ángel de la guarda es un reflejo misterioso del rostro de Dios en nuestra realidad, y, de hecho, cuando alguien de una manera especial nos muestra una conducta sencilla como la de un niño, un proceder sano y alegre, solemos decir que «es un ángel» o que «tiene ángel». Si somos lo suficientemente sensibles, seguro que tenemos experiencia de experimentar la presencia del ángel de la guarda en nuestra vida, expresado a través no solo del nuestro, sino de todos estos seres misteriosos y por supuesto a través de personas de carne y hueso que también son destellos de Dios para cada uno de nosotros. ¡Desde niños, papá y mamá nos invitaron a ponerle nombre a nuestro ángel, y así, el mío se llama «Agustín», porque nací el 28 de agosto, el día de san Agustín! Les puedo asegurar que, desde que tengo uso de razón, experimento su presencia a mi lado”.

Padre Alfredo.

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