Los estudiosos de la religión judía de tiempos de Cristo, calculan que había hasta 613 mandatos que regulaban minuciosamente la vida del judío practicante. Muchos de estos mandamientos eran prescripciones externas, prácticas automatizadas que corrían el riesgo de quedarse en lo externo y olvidarse de la vida interior, la vida el alma. Jesús se presenta como el Hijo de Dios que viene a dar mucha más importancia al interior de la persona que a lo exterior, a lo que regía la mayoría de los preceptos. Jesús tocó este tema de muchas maneras diversas y ante la cerrazón farisaica llega a decirles: «¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior?» (Lc 11,40). Y es que cumplir las prácticas «externas», resulta en cualquier religión algo relativamente fácil. El problema empieza cuando las exigencias o mandatos del Señor calan en el corazón porque lo llevan a interiorizar y comprometerse, no solamente a cumplir con algo esporádico.
En tiempos de Cristo, lavarse las manos antes de las comidas era un mandato impuesto en nombre de la pureza que exigía la ley de Dios. Los fariseos se extrañaban viendo que Jesús no observaba esta norma religiosa. Y, a pesar de ser totalmente diferentes, los fariseos y Jesús tenían algo en común: la seriedad y el compromiso de vida. Cada día, los fariseos dedicaban por lo menos ocho horas al estudio y a la meditación de la ley de Dios, otras ocho horas al trabajo, para poder dar de comer a la familia, y finalmente otras ocho horas al descanso. Este testimonio serio de su vida les daba un gran sentido de liderazgo popular. Sin embargo, la gran mayoría de su vivencia religiosa, era el cumplimiento de muchos ritos, a ratos. Jesús les habla fuerte: «Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio» (Lc 11,39-41). Los fariseos observaban la ley al pie de la letra. Pero miraban sólo la letra y, por esto, eran incapaces de percibir el espíritu de la ley, el objetivo que la observancia de la ley quería alcanzar en la vida de las personas. Por ejemplo, en la ley está escrito: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18). Y ellos comentaban: «Debemos amar al prójimo, pero sólo al prójimo, a los otros ¡no!» Y de allí nacía la discusión sobre la cuestión: «¿Quién es mi prójimo?» (Lc 10,29) San Pablo escribe en la segunda carta a los Corintios: «La ley escrita da muerte, mientras que el Espíritu da vida» (2Cor 3,6).
En el Sermón de la Montaña, Jesús crítica a los que observan la letra de la ley, pero que no acatan el espíritu de la Ley (Mt 5,20). Para ser fiel a lo que Dios pide de nosotros no basta observar sólo la letra de la ley, como hacían muchos de los fariseos. Esto sería lo mismo que limpiar el vaso o el plato por fuera y dejar el interior lleno de suciedad: robo y maldad. No basta no matar, no basta no robar, no basta no cometer adulterio, no basta no jurar. Sólo observa plenamente la ley de Dios aquel discípulo-misionero que, más allá de la letra, llegue hasta la raíz y arranque desde dentro de sí los deseos de «robo y de maldad» que pueden llevar al asesinato, al adulterio, al fraude, etc. La plenitud de la ley se realiza en la práctica del amor (cf. Mt 5,21-48). Así hizo María, ella «amó» y de esta manera dio cumplimiento a la Ley de su Hijo muy amado. La lectura y meditación de este pasaje del Evangelio de san Lucas, me invita a buscar actuar desde el amor de Dios, con una moral sólida y no desde nuestra enclenque cultura que se queda en ritos de a ratos. Quiero realizar cada una de mis acciones desde el amor que Dios nos ha dejado en nuestro interior, de manera que lo que haga, muestre el gozo interior que hay en mí, agradecido del ser un discípulo-misionero que sabe que ... ¡Todo es por Jesús, María y las almas! Feliz y bendecido martes para todos.
Padre Alfredo.
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