Hoy y siempre, Cristo ha querido necesitar de hombres y mujeres valientes, que, actuando con valor, con ánimo y con decisión le quieran seguir. Cristo quiere discípulos–misioneros preparados para actuar con sabiduría, madurez y discernimiento, bien dispuestos a soportar los sacrificios necesarios para realizar la función de evangelizadores, desempeñándose a la perfección en ese ministerio (cf. 2 Tim 4,5). Pero esta tarea no es fácil, no es tan simple como levantar el dedo y decir aquí estoy Señor, «Te seguiré adonde vayas» (Lc 9,57), ya que el Señor quiere testigos verdaderos que sean signos creíbles, por eso, quien quiera seguirle, debe estar dispuesto a pensar como Él, sentir como Él, actuar como Él, mirar a los demás como los mira Él, pero, además, Cristo pide una firme decisión que rompa con el pasado, mirando hacia el futuro y sin añoranzas y con una libre voluntad para recibir su gracia.
En el Evangelio de san Lucas (Lc 9, 57-62) el escritor sagrado nos presenta un Cristo exigente: «El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,62). Son duras las palabras de la elección de Dios, pero al mismo tiempo dejan una paz y una felicidad inmensas dentro del alma de quien le ha querido seguir, porque se sabe que ha sido Dios mismo quien ha hecho la llamada. Claro, no todos aceptan el llamado con generosidad, muchos lo dejan a medio camino, pero aquel que se siente llamado y amado por Él, es capaz de dejar todo y seguirle. San Lucas nos platica de tres casos de personas que quiere seguir a Jesús. El primero se pone a pensar largo, pues Jesús le pone en evidencia que él no le ofrece seguridades de ningún tipo (Lc 9,57-58). Es que el seguidor de Jesús debe aprender a vivir libre de toda clase de ataduras. El segundo se pone a considerar el momento oportuno, y éste no se corresponde con el llamado de Jesús. Ese llamado, que puede ser cualquiera de nosotros, le dice a Jesús que lo seguirá, pero siempre y cuando sus progenitores hayan fallecido. Por lo tanto, el Maestro debe esperar hasta que el padre haya muerto y el candidato a discípulo–misionero haya asegurado la herencia, para que esté disponible y pueda seguirlo (Lc 9,59-60). Jesús le contesta con una frase tajante, porque, si alguien se quiere dedicar a anunciar el Evangelio, debe abandonar las preocupaciones de la herencia y ponerse manos a la obra ahora mismo, que para mañana es tarde. El tercero espera el reconocimiento de sus parientes, su apoyo, para afiliarse al grupo de discípulos (Lc 9,61). Jesús lo confronta poniéndole en evidencia cómo las exigencias y la urgencia del seguimiento no dan para que un ser humano adulto espere la aprobación de los demás con el fin de hacer lo que le corresponde.
Es obvio que en este texto evangélico hay un fuerte llamado a seguir al Señor y Él, –según nos narra san Lucas– deja ver que hay muchas circunstancias que nos lo impiden; pero, el decir «te seguiré» es algo muy determinante y que debe darse sin retardos ni peros. Todos, estoy seguro, hemos sentido de repente el llamado del Señor, tal vez ayudando a alguien en cualquier situación, en el evangelizar, en dar un consejo a quien lo necesita, es decir, un llamado desde lo que Dios nos pide que hagamos a diario o en cualquier momento. Este miércoles estamos celebrando a san Francisco de Asís, ese hombrecillo maravilloso que, cierto día, mientras oraba en la Iglesia de San Damián, sintió que el crucifijo le hablaba y le repetía tres veces la misma frase: «Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas». Una tarea, una misión, un llamado. San Francisco se ha ganado el cariño y la admiración de muchas generaciones, viviendo el Evangelio y presentando la pobreza, castidad y obediencia con la pureza y la fuerza de un testimonio radical, amoroso y personal. ¡Hasta el Papa ha adoptado su nombre! Pidamos, por intercesión de María Santísima, la mujer intrépida que supo responder al llamado, que nos ayude a estar atentos para seguir con una alegre entrega al Señor, que nos invita a ir tras de Él. ¡Felicidades al Papa Francisco y a todos los que llevan este nombre!
Padre Alfredo.
En el Evangelio de san Lucas (Lc 9, 57-62) el escritor sagrado nos presenta un Cristo exigente: «El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9,62). Son duras las palabras de la elección de Dios, pero al mismo tiempo dejan una paz y una felicidad inmensas dentro del alma de quien le ha querido seguir, porque se sabe que ha sido Dios mismo quien ha hecho la llamada. Claro, no todos aceptan el llamado con generosidad, muchos lo dejan a medio camino, pero aquel que se siente llamado y amado por Él, es capaz de dejar todo y seguirle. San Lucas nos platica de tres casos de personas que quiere seguir a Jesús. El primero se pone a pensar largo, pues Jesús le pone en evidencia que él no le ofrece seguridades de ningún tipo (Lc 9,57-58). Es que el seguidor de Jesús debe aprender a vivir libre de toda clase de ataduras. El segundo se pone a considerar el momento oportuno, y éste no se corresponde con el llamado de Jesús. Ese llamado, que puede ser cualquiera de nosotros, le dice a Jesús que lo seguirá, pero siempre y cuando sus progenitores hayan fallecido. Por lo tanto, el Maestro debe esperar hasta que el padre haya muerto y el candidato a discípulo–misionero haya asegurado la herencia, para que esté disponible y pueda seguirlo (Lc 9,59-60). Jesús le contesta con una frase tajante, porque, si alguien se quiere dedicar a anunciar el Evangelio, debe abandonar las preocupaciones de la herencia y ponerse manos a la obra ahora mismo, que para mañana es tarde. El tercero espera el reconocimiento de sus parientes, su apoyo, para afiliarse al grupo de discípulos (Lc 9,61). Jesús lo confronta poniéndole en evidencia cómo las exigencias y la urgencia del seguimiento no dan para que un ser humano adulto espere la aprobación de los demás con el fin de hacer lo que le corresponde.
Es obvio que en este texto evangélico hay un fuerte llamado a seguir al Señor y Él, –según nos narra san Lucas– deja ver que hay muchas circunstancias que nos lo impiden; pero, el decir «te seguiré» es algo muy determinante y que debe darse sin retardos ni peros. Todos, estoy seguro, hemos sentido de repente el llamado del Señor, tal vez ayudando a alguien en cualquier situación, en el evangelizar, en dar un consejo a quien lo necesita, es decir, un llamado desde lo que Dios nos pide que hagamos a diario o en cualquier momento. Este miércoles estamos celebrando a san Francisco de Asís, ese hombrecillo maravilloso que, cierto día, mientras oraba en la Iglesia de San Damián, sintió que el crucifijo le hablaba y le repetía tres veces la misma frase: «Francisco, repara mi casa, pues ya ves que está en ruinas». Una tarea, una misión, un llamado. San Francisco se ha ganado el cariño y la admiración de muchas generaciones, viviendo el Evangelio y presentando la pobreza, castidad y obediencia con la pureza y la fuerza de un testimonio radical, amoroso y personal. ¡Hasta el Papa ha adoptado su nombre! Pidamos, por intercesión de María Santísima, la mujer intrépida que supo responder al llamado, que nos ayude a estar atentos para seguir con una alegre entrega al Señor, que nos invita a ir tras de Él. ¡Felicidades al Papa Francisco y a todos los que llevan este nombre!
Padre Alfredo.
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