viernes, 20 de octubre de 2017

«No tengan miedo»... Un pequeño pensamiento para hoy


«No teman a aquellos que matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Les voy a decir a quién han de temer. Teman a aquel que, después de darles muerte, los puede arrojar al lugar de castigo. A él sí tienen que temerlo» (Lc 12, 4-5). La existencia del demonio es un dogma de fe definido por el Concilio Lateranense IV, en el año de 1215. Este Concilio define que el demonio no es un principio absoluto, sino una criatura limitada creada por Dios, que, por su mala voluntad, se rebeló contra Él. Esta verdad es que se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y hay en ella una verdad de fe divina y, por lo tanto, negar que existe el demonio es contradecir lo que dice la Biblia. El Concilio Vaticano II habla 18 veces del demonio, en unos textos que realmente estremecen, como cuando dice, por ejemplo, que en el bautismo hemos sido arrancados de la esclavitud del Maligno para vivir en la libertad de los hijos de Dios. La existencia del demonio nos recuerda que tanto los seres espirituales, como nosotros mismos, podemos cometer el grave error de decirle no al Amor gratuito de Dios. El beato Pablo VI decía que el gran triunfo del demonio en nuestros tiempos, era hacer creer que no existe y así hacer de las suyas.

Dios nos quiere y cuida de nosotros librándonos del Maligno —lo pedimos al rezar el Padrenuestro—. Esa súplica «Líbranos del mal», para los que —aun siendo pecadores—, nos sabemos discípulos–misioneros de Cristo, es fuerza y ánimo irrefrenable para no tener miedo de vivir plenamente nuestra fe. Somos hermanos en Cristo, hijos de un mismo Padre que no nos deja nunca solos. Nuestra seguridad está puesta en Dios, el único Absoluto, nuestra roca firme. Podrán matarnos el cuerpo (Lc 12,4), pero hay valores más altos por los que hasta vale la pena entregar la vida (Jn 10,18). Incluso creemos en un final feliz que ni siquiera la muerte lo arrebata, porque está más allá de la muerte. Todo esto, tan sublime y tan sencillo, que Jesús lo dibuja en la imagen de los pajaritos, que se venden por dos monedas y que Dios cuida de ellos (Lc 12,6). ¿Por qué temer? Hay un temor de Dios que es un don del Espíritu santo. No se trata de un miedo morboso, un miedo a la persecución, a perder el prestigio social, al quebranto económico, a la enfermedad, a la traición, a la muerte, sino estar pendientes del amor de Dios y de su providencia; es decir, es confianza, paz, esperanza. Este temor queda sepultado cuando Alguien —Dios compasivo y misericordioso—, nunca falla y siempre está a nuestro lado.

Muchas veces hemos escuchado que se nos dice: «No teman» (Lc 12,7). Es preciso vivir desde esta ausencia de miedo a lo que mata el cuerpo, como la levadura de la hipocresía, la falsedad de vivir de apariencias, y el padre de la mentira que es el que con engaños puede llevarnos al infierno. Este temor es temor de valientes, de los que saben que con el príncipe de este mundo no hay que negociar. Y de los que, si llegan a caer en sus trampas, reconocen su falta y confiesan su pecado. Vivir la intimidad con Dios en la escucha de su Palabra, como María, para guardarla en el corazón y ponerla en práctica, es lo que nos hace vivir confiando en Él y aleja de nosotros el verdadero mal y al maligno. Su amistad es la causa de la más honda felicidad que puede alcanzar el ser humano. ¡Y que va, ya es viernes! ¡Bendecido fin de semana!

Padre Alfredo.

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