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Hoy vivimos cada día en medio del «estrés», pero como vemos en el Evangelio, esto no es cosa nueva. Marta recibe en su casa a Jesús, le acoge con gozo, pero sigue trajinando de arriba abajo arreglando la casa, incapaz de sentarse con Jesús y escuchar con atención lo que Jesús quiere compartir. En cambio, María, escogió la mejor parte. Y es que el «estrés», a veces no nos deja ver con claridad y nos impide tomar decisiones con asertividad. No todos los días pasaba Jesús por casa de sus amigos, porque va siempre de paso. María vence el «estrés» que puede causar la llegada de la visita inesperada y se pone a los pies del Amigo y le escucha atenta a su palabra. Ya habrá tiempo después de arreglar la casa, de hacer la comida, de aprender que siempre tenemos que tener la vida en orden porque el Señor llega «cuando quiere», sin avisar. Lo importante ahora era escuchar a Jesús, conversar con Él, aprender de Él.
Marta y María son complementarias, sus actitudes no se oponen. María tiene que hacer lo suyo y lo de Marta. Tiene que hablar con Jesús, escucharle, y tiene que ayudar a su hermana en las tareas de casa. Marta tiene que hacer lo suyo y lo de María. Tiene que arreglar la casa y todas las otras actividades… pero tiene también que sentarse a los pies de Jesús, escucharle, hablarle, dejar que su amor y sus palabras penetren en su corazón. En la vida hay que vencer el «estrés» y encontrar tiempo para todo. A la luz de este relato tan singular, me pregunto: ¿Le dedico unos minutos cada día a dialogar con el Señor?, ¿En mi entorno, familia, hermanos, en el trabajo, en donde sea; hago presente al Señor con mis acciones humanitarias, con mi afecto y mi alegría?, ¿Esa cosa que el Señor nos dice que es la única necesaria en la vida, la entiendo, la cultivo, la comparto y la vivo a diario? ¿Qué hago para vencer el «estrés» que tantas cosas que se van combinando en el día hacen que se de? Nuestro mundo se ahoga en el mar del «estrés» y, en medio de esto, la dimensión contemplativa es una llamada al silencio, al asombro, a la sorpresa, a la reflexión, a la interiorización, a la profundidad. En el Evangelio, oímos que Dios nos habla y nos dice, a la vez: «Escúchenle» (Mt 17,5) y «Denles ustedes de comer» (Lc 9,13). Por otra parte, si Jesús vino a servir y no ser servido, ¿qué otra cosa podemos hacer sus discípulos–misioneros sino escuchar sus enseñanzas, meditarlas y poniéndolas en práctica como su Madre, hospedando a todos «desde un corazón sin fronteras» (Lc 2,19)? ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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