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El libro de Jonás es una gran parábola muy interesante que creo que todos conocemos o debemos conocer (vale la pena leer el libro, que es muy corto). En la historia de Jonás, los paganos se convirtieron ante la predicación de este hombre y Dios los acogió en su bondad absteniéndose de destruir la ciudad. Tanto Jónas como Cristo, han sido signos de nuestro Padre compasivo y misericordioso, y trajeron consigo un mensaje, el cual pedía «Escuchar la Palabra del Señor y practicarla amando». El texto evangélico de hoy nos recuerda que siempre andamos buscando signos a diestra y siniestra, pero que solo Dios, es más que todo lo que buscamos por todos lados ante nuestros problemas u otras situaciones, es decir, solo debemos buscar y poner todos nuestros sentidos y nuestra confianza en Dios. Cristo, clavado en la cruz, es la gran señal que anhelamos. La prueba de un amor incondicional y desinteresado; un amor que se entrega hasta el extremo de dar la vida. El crucificado nos hace ver un milagro más extraordinario que cualquier otro que pueda suceder: «el milagro del amor», que se demuestra en el dolor y en la entrega total hasta darlo todo. Basta que le contemplemos detenidamente allí, clavado en la cruz, para que obtengamos una plena seguridad sobre la cual podamos construir o reconstruir nuestra vida: la de sabernos y sentirnos profundamente amados e invitados a amar.
Así, esta señal constituye también una invitación. Jesús Crucificado nos invita a convertirnos en «señales» para quienes rodean nuestra vida diaria. ¡Qué bonito sería que, cuando los que viven a nuestro lado nos vean actuar, trabajar... dar la vida en lo que nos toque hacer, sepan y crean que existe el amor! ¡Qué, por nuestro modo de vivir, tengan los que conviven con nosotros la seguridad de que vale la pena ser discípulos-misioneros del hombre que aparentemente fue derrotado en la cruz! Pero, no debemos olvidar que, para ser «señales» —pruebas vivas—, hay que aprender como Cristo, a subir a la cruz: ahí está la señal del amor. A la Virgen María se le profetizó que «una espada de dolor atravesaría su alma» (Lc 2,35). Es la cruz, la «señal» de amor que la hace «corredentora» con Cristo. ¿Soy señal de amor para mi familia, en mi trabajo, con mis amigos? Me parece ésta una buena pregunta para iniciar la semana laborar y estudiantil, después de haber iniciado nuestra Semana ayer, celebrando el «Día del Señor». ¡Bendecido lunes mis hermanos y hermanas!
Padre Alfredo.
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