miércoles, 18 de octubre de 2017

San Lucas... el escriba de la misericordia de Cristo

Cuando clausuraba el «Año de la Misericordia», el Papa Francisco decía: «Concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral» (Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 27: AAS 105, 2013, 1031), que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva (Misericordia et misera n. 5).

La herencia que ha dejado este Año Jubilar es bellísima, en este ambiente impregnado de la misericordia del Señor, contemplamos a nuestra Iglesia en constante acción generosa con María, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia que quiere que el amor misericordioso de su Hijo llegue a todos los rincones de la tierra.

En este campo de la misericordia, siempre es hermoso hablar de los santos, contemplar su vida, sus ejemplos, su testimonio de amor a Dios en el servicio a los hermanos, pero, al mismo tiempo, hay que reconocer que es un poco difícil, porque no se sabe por donde empezar al querer descifrar la obra que Dios ha realizado en ellos. Siempre será más lo que ignoramos de los santos que lo que sabemos de ellos.

Algunos de estos grande hombres y mujeres, tocados por la misericordia divina, han dejado su vida por escrito, sus vivencias sobrenaturales, su vida de unión con Dios, sus dolores y dramas interiores, su alegría de cumplir la voluntad de Dios. Es, por poner un ejemplo, muy conocida por mucha gente la autobiografía de Santa Teresita del Niño Jesús, de San Ignacio de Loyola y últimamente la de santa Faustina Kowalska. 

Hay santos con los que nos topamos más profundamente por alguna razón que no teníamos prevista, como me ha sucedido a mí con san Lucas. Fui invitado a compartir un tema sobre el Evangelista y me encontré con un santo del que casi no sabemos nada porque nada dijo de sí mismo. Debo confesar que cuando me pidieron que hablara de él me pregunté: ¿Por qué él y no otro del que se pueda saber más? Luego me di cuenta de que me pedían ese tema porque iba a ser precisamente el día en que la Iglesia celebra a San Lucas.

Ciertamente san Lucas es un personaje muy importante en la Iglesia por su obra. No importa saber tan poco de su vida, si lo que nos ha dejado es muestra de que su vida quedó impregnada por el encuentro con Cristo. Él mismo escribió por inspiración divina y el amor tan grande y viva a la iglesia naciente, cuyo desarrollo en su primer etapa nos presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, con su evangelio y el libro de los hechos, no es un adorno en la iglesia. Nacido de familia pagana, este hombre se convirtió a la fe —no sabemos cómo— y acompañó a San Pablo en sus viajes misioneros, de quien aprendió todo lo que nos transmite en su relato evangélico y cuya experiencia de vida junto a San Pablo, queda reflejada en el libro de los Hechos.

Ciertamente San Lucas vivió en una época muy distinta a la nuestra. Sabemos —cómo he dicho— que de nacimiento era pagano y parece, según se sabe, que nació en Antioquía (Siria). Conocemos también, por diversos testimonios, el hecho de que era médico y que fue compañero de San Pablo en sus viajes. (El canon de Muratori de fines del siglo II, contiene esta noticia: «Tercero es el libro del Evangelio según Lucas. Este Lucas es un médico a quien, después de la ascensión de Jesús, san Pablo toma como compañero de viaje). Probablemente ejerció su profesión de médico en su ciudad natal. Hay una novela inspirada en él —muy interesante por cierto— llamada «Médico de cuerpos y almas», de la conocida escritora Taylor Cadwell.

Casi con toda seguridad, podemos afirmar que cuando pasó por allí San Pablo (Hch 49), Lucas abandonó su carrera y a los suyos, para responder a la llamada de Cristo acompañando a Pablo. Nunca más se separaron en la tarea de la evangelización; ahí donde esta Pablo, ahí se encuentra Lucas. Exceptuando unos años en que permaneció en Filipos, sin duda para velar sobre la Iglesia que acababa de fundarse. Es necesario leer en el libro de los Hechos (cc. 15-28) el relato de sus viajes, sus misiones, su naufragio ante la isla de Malta, los años que pasaron juntos en Roma mientras san Pablo vivía (+ 67). Algunos creen que fue en Beocia (Grecia) en donde vivió después y que allí redactó los Hechos y el tercer Evangelio.

Si observamos a San Lucas, confrontándolo con los otros evangelistas, todos tres, judíos que ante todo describen la obra de salvación de Jesús a la luz de sus propias vivencias, es fácil descubrir el reflejo del espíritu helénico en la revelación del suceso más conmovedor del mundo. No se hizo propaganda a sí mismo, pues de él solamente se nos habla unas cuantas veces en el libro de los Hechos —que él mismo escribió— y en las cartas de San Pablo (Cf Hch 16,10-17; 20,5-21;18; 27,1-28,16).

Se ve que San Lucas era modesto, compasivo; que amaba a todos y que era feliz consigo mismo por haber alcanzado la salvación. Su Evangelio difiere en algunos puntos de los otros tres. Primero que nada en que está dirigido a los paganos y no a los judíos. Después en que está muy bien escrito. Finalmente, es diferente porque contiene, en lo que respecta a la bondad de nuestro Salvador, parábolas y gestos que ninguno de los otros han señalado, por ejemplo la parábola del hijo pródigo, la oveja perdida, el publicano que vuelve a casa justificado; el relato de la mujer pecadora que se retira perdonada y el momento en que nos presenta al divino crucificado prometiendo, para ese mismo día, el Cielo, al ladrón arrepentido. Dante Alighieri lo llamó: «El escriba de la misericordia de Cristo» y es lo que lo hace particularmente amado por cada uno de los pecadores, es decir, por cada uno de nosotros. Por eso elegí este título para la reflexión que comparto.

Su vida debe haber sido una vida entregada por completo a Cristo. Sus días no deben haber sido fáciles. Un seguidor de Cristo ha de pasar por la prueba de la conciencia, del carácter, del corazón. Un autor del siglo II escribe que San Lucas servía al señor, sin mujer y sin hijos, entregado de lleno a la predicación y a una vida santa. Pero sin duda que lo más grande que San Lucas nos ha dejado son sus escritos: el primero, el tercer Evangelio, consagrado al Verbo hecho carne y viviendo entre nosotros; el segundo, el libro de los Hechos de los Apóstoles, que nos habla de la formación y de los rápidos progresos y crecimiento de la Iglesia en sus orígenes.

Sus dos grandes escritos, dedicados los dos a «Teófilo» (Lc 1,1-4) hacen un total de 2,157 versículos, de tal manera que San Lucas escribe más que San Mateo y que San Marcos (Mateo tiene 1,068 y Marcos 661). Es difícil entender una de sus obras sin la otra. El tercer Evangelio y los Hechos, en realidad no forman mas que una sola obra en dos volúmenes. Él es único de los evangelistas que muestra la obra de Jesucristo luego de la ascensión. 

No está aclarado si Lucas conoció personalmente a Nuestro Señor, pero se cree más bien que no, por lo que dice en el prólogo de su Evangelio (ver Lc, 12: «Tal como nos han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra»). Más bien se mantiene la creencia de que su Evangelio, como mencioné antes, está escrito por la experiencia de compartir la vida con San Pablo. Fueron diecisiete años en los que fue su colaborador más cercano, y gracias a él interiorizó seguramente más en la doctrina de Cristo y en la esencia de la salvación, que es la «Misericordia» de Dios por sus hijos.

Hay quienes dicen también, que es muy probable que San Lucas conociera a la Santísima Virgen María, y que fuera de ella de quien recibiera muchos datos de la vida de Cristo. Que María le platicaría del nacimiento y de la infancia de Cristo.  Lucas es el único que nos ofrece el relato del nacimiento y de la infancia de Cristo y lo hace con una belleza extraordinaria, que nos hace vibrar siempre con emoción en la Navidad (Lc 2,41-52). Es también interesante ver que San Lucas es el único que nos cuenta del niño perdido y hallado en el templo (Cf. Introducción a los Evangelios Sinópticos en la Biblia de Jerusalén). A diario se reza en la Iglesia, dentro de la Liturgia de las Horas, el «Benedictus» (Lc 1,68-79) por la mañana y el «Magnificat» (Lc 1,46-55) por la tarde; oraciones entresacadas de su Evangelio en los primeros capítulos y en los cuales saboreamos la belleza litararia de sus escritos con razón la Introducción a los Evangelios, en la Biblia de Jerusalén, dice que San Lucas es un escritor de gran talento y un alma delicada, que ha elaborado su obra de una manera original, con afán de información y de orden. 

Lugo de aquí, Lucas nos narra unas cuantas cosas de su vida oculta en Nazareth. De hecho, se dice también que San Lucas tenía ciertas dotes artísticas, que era pintor —y no de brocha gorda—. A él se le atribuye el icono «Sancta Maria ad Nives, salus populi romani» que se encuentra en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. Se afirma que esta es la pintura más antigua, la primera, que se hizo de la Virgen María.

A San Lucas le impresionó el Hijo del Hombre como «Salvador» de enfermos y pecadores, Todo esto nos hace tener clara la profesión de San Lucas como médico, aunque no sólo siguió a su maestro para cuidar a los enfermos, sino que cooperó activamente cuando se trataba de conquistar para el único señor, muerto y resucitado, a las comunidades reacias de judíos de la diáspora o dispersados y como expresión de la «Misericordia» del Padre,  que ama lo mismo a los de cerca que a los paganos de las grandes ciudades, asiduos devotos de los dioses. Lucas compartió con el Apóstol de los Gentiles las fatigas, los peligros, los malos tratos; Sanó, como Pablo, a los enfermos, invocando al espíritu Santo; recibió honrosos regalos o fue expulsado con afrentas y oprobio. Escribió su obra con especial cariño a los gentiles para que quedara claro que la salvación, como la más grande obra de misericordia, llegaba a todos los hombres. 

Cuando Lucas escribe, no se detiene mucho en fijar exactamente fechas, se ve que era una persona de ideas muy claras y nada repetitivas. Su evangelio contiene un solo relato de los que los otros presentan dos, por ejemplo la multiplicación de los panes. Él quiso ofrecer, con sus escritos, un cuadro lo más impresionantemente posible del espíritu y del sacerdocio de Jesús. Puso su persona al servicio de Dios y su lengua culta de griego, como herramienta de su entusiasta convicción.

Si San Pablo lo considero digno de participar en su agotadora labor misionera, tuvo necesariamente que sobresalir en muchas cualidades, pues el Apóstol de las gentes era exigente y elegía muy bien a sus colaboradores. Seguramente San Lucas fue una persona que ejerció mucho la paciencia, pues se sabe que también acompañó a San Pablo en la prisión. El único de todos los amigos y discípulos que se quedó con él hasta su muerte fue Lucas. Con agradecimiento melancólico, el gran Apóstol misionero recortó su lealtad y su espíritu de sacrificio.

Se puede decir que toda la vida de San Lucas, desde su conversión, fue hablar con Dios o hablar de Dios, por eso puede escribir también su obra. Habla de un Jesús muy cercano, se le puede ver, oír y tocar. Él mismo escribió en su Evangelio aquellas palabras del señor: «Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Este hombre se dejó invadir por el Espíritu Santo, que lo llevó a escribir una obra maravillosa.

Nuestra gratitud a San Lucas debes ser grande, porque es el único que nos narra con una belleza excepcional el crecimiento de la iglesia. Humildemente calla lo suyo para hablar del pueblo, de la muchedumbre de los creyentes, de los diversos personajes que van encontrando la fe. Él no quiso dar la impresión de contarse entre los elegidos. Y es que los santos nunca creyeron que fueran ni siquiera buenas personas; ellos e creyeron grandes pecadores, es decir todos, entre ellos San Lucas, son catalogados en la iglesia como «humildes». 

La tradición nos dice que luego de la ejecución de San Pablo y de haber escrito sus dos obras, Lucas predicó en Acaya. Su vida debe haber sido una vida ordinaria en la tarea de la santificación personal, él sabía que la evangelización es obra de Dios, que exige sobretodo un empeño de santidad. Es seguro que viviría todavía en el año 70, cuando se esperaba el fin del mundo y la venida de Cristo para el juicio final. San Lucas sabía que el maestro llegaría al ahora que el quisiera y no cuando los hombres dispusieran. Él seguía predicando conforme a aquello que había escrito en los hechos en boca de Pedro y Juan: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20).

San Lucas, según se cree, murió a los ochenta y cuatro años de edad y lleno del Espíritu Santo. De su muerte se desconoce todo, sólo podemos decir que debe haber muerto en olor de santidad y haciendo el bien hasta el último momento. De él no se sabe más. Si quisiéramos profundizar más en su vida, habría que leer más y más el tercer Evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles, allí podemos averiguar muchas cosas de San Lucas sin que nos dé su nombre, y sin escucharle hablar en primera persona. San Lucas no hizo mucho ruido, hizo Evangelio y vida; hizo pasión por hablar de Jesús y su Iglesia. Aquella semilla echada en la tierra había actuado con la fuerza de Dios. Dios sembró y cosechó, él realizó el imprevisible desarrollo de la semilla. El ejemplo de San Lucas, con su vida desconocida que fue «una vida oculta con Cristo en Dios» (Col 3,3), nos recuerda que la vida de todos y toda la vida de uno, debe estar a disposición de Dios, para que él haga de nosotros lo que quiera, porque una cosa es cierta: Tenemos que ser santos e impregnar nuestro ambiente de la doctrina de Cristo; tenemos que ser testigos del amor misericordioso de Dios.

En el año 357, las reliquias del evangelista San Lucas fueron llevadas de Tebas en Boecia, a Constantinopla. Desde tiempos inmemoriales los médicos lo eligieron como su patrono especial y hasta la fecha se encomiendan a él. El testimonio de San Lucas perdura en sus escritos, nos sigue hablando de Dios y de su Iglesia. Sigue junto a María, para alentarnos a vivir para Jesús, como queriendo repetirnos las palabras que seguramente escuchó de San Pablo alguna vez: «Si vivimos, para el Señor vivimos; y Si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos» (Rm 14,8).

Al llegar al final de esta reflexión, quiero invitarles a que nos dirijamos a María Santísima, para que ella nos ayude a vivir así, a ser humildes, a alcanzar la santidad. Si San Lucas convivió con ella y de ella recibió muchas vivencias de Jesús... ¡todo se explica!

Quisiera terminar esta reflexión con unas palabras entresacadas del libro «Ilustrísimos Señores», del Siervo de Dios Juan Pablo I (Albino Luciani) en donde él le escribe a San Lucas y lo hace así:

«Querido San Lucas: 

Me has sido siempre muy grato, por ser tan dulce y conciliador. En tu evangelio subrayas que Cristo es infinitamente bueno; que los pecadores son objeto de un amor particular por parte de Dios, y que Jesús, casi ostentosamente, se relacionó con aquellos que no gozaban en el mundo de consideración alguna. Eres el único que nos ofrece el relato del nacimiento e infancia de Cristo, cuya lectura escuchamos siempre con renovada emoción en Navidad. Hay, sobre todo, una frase tuya que me llama la atención: «Envuelto en pañales fue reclinado en un pesebre». Esta frase ha dado origen a todos los belenes del mundo y a miles de cuadros preciosos. Y a ella añado yo esta estrofa del Breviario: Ha aceptado yacer sobre el heno, no ha tenido miedo del pesebre, se alimentó con poca leche Aquel que sacia el hambre del último pajarillo. Hecho esto, me pregunto: «Si Cristo se ha colocado en ese puesto tan humilde, ¿qué lugar debemos escoger nosotros?» (Juan Pablo I "Ilustrísimos Señores", Ed. BAC, 6 edición, Madrid 1978, p. 234s).

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

1 comentario:

  1. Muchas gracias Padre Alfredo por esta hermosa reflexión, de verdad que me ha llegado muy profundo, la vida de San Lucas, es un misterio que cobra vida en Jesús... en su Evangelio, en la vivencia de su amor y misericordia, así en el silencio de la propia vida para dejar que la Palabra hable y actúe por nuestro medio... y sobretodo a los pies de María contemplar a Jesús... Benedicite

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