La respuesta que el doctor de la ley da a la pregunta que Jesús le hace: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.» Frase que viene del Deuteronomio (Dt 6,5) y del Levítico (Lev 19,18). es correcta: Jesús le dice a este hombre "¡Has contestado bien; si haces eso, vivirás!» (Lc 10,28). Lo más importante, lo más grande, lo principal, ¡es amar a Dios! Pero Dios viene a mi encuentro en el prójimo. El prójimo es la revelación de Dios para conmigo. Por esto, he de amar también a mi prójimo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza y con todo mi entendimiento. Jesús, enseguida, amplía su enseñanza con esta parábola que todos conocemos. Según el Evangelio, el prójimo de aquel apaleado fue solamente el buen samaritano, aunque para los judíos fuera extranjero y pagano. No venía, como el sacerdote y el levita, del Templo; era sólo un viajante que pasaba por allí, y, al ver a aquella persona herida, «se le conmueven las entrañas» (Lc 10,33), las que también tenían el sacerdote y el levita pero que no se les conmovieron. Fruto de su conmoción, el samaritano no pasa de largo, se acerca a él, desinfecta sus heridas y las cura a como puede, ya que hace el procedimiento al revés, primero pone el ungüento y luego el alcohol, y las venda. Lo conduce, de inmediato, a una posada, donde lo cuida personalmente y arregla las cosas para que lo sigan atendiendo.
Jesús alaba esta actitud e, indirectamente, desaprueba la de los que vienen del Templo pero no se han llenado de la misericordia de Dios. La misericordia es algo esencial en la vida del discípulo-misionero porque la vivencia de nuestra religión no son solamente ritos externos, sino que estos expresan la actitud interior de encuentro con el Señor que nos hace cada día más humanos y más llenos de Él. No consta que el samaritano no tuviera tanta o más prisa que los demás; sin embargo, abandona sus asuntos, se detiene, deja sus ocupaciones y preocupaciones porque hay alguien que necesita en aquel momento su ayuda y su cercanía. Es una persona auténtica y transparente. No se esconde detrás de sus cargos, obligaciones u ocupaciones. Lo único importante es la persona, el otro... ¿Qué podemos hacer nosotros, qué puedo hacer yo para ser prójimo aquí y ahora? Tal vez tener la disposición, samaritana de dejarme reclamar por el rostro del otro, herido o apaleado de la forma que sea, para no «pasar nunca de largo». Todos los santos amaron con amor samaritano, es incluso el estilo de María, que se compadeció de aquellos novios en las bodas de Caná y recurrió a Jesús para evitar una pena: «Hijo, no tienen vino» (Jn 2,1-11). Que tengan una semana llena de bendiciones y misericordia.
Padre Alfredo.
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