Seguimos meditando el evangelio de san Lucas, en la sección que nos va presentando a Jesús caminando hacia Jerusalén (9,51-19,28). Este camino es un tanto una especie de itinerario geográfico, pero que también, tiene un tinte teológico muy propio de este evangelista. EL señor ha decidido caminar hacia la ciudad santa sabiendo los acontecimientos que se producirán allá. El camino de Jesús es también el camino que ha de recorrer todo discípulo-misionero que quiera vivir por él, con él y en él, por eso va presentando los requisitos para andar por él. San Lucas nos presenta un texto en el que se alaba a los que escuchan la Palabra (11,27-28). Para ello, Lucas yuxtapone dos bienaventuranzas, la de una mujer y la de Jesús. Una mujer valiente, desafiando la cultura de su tiempo, levantando la voz como no le tocaba nunca hacerlo a ninguna mujer, que de por sí no debía hablar en público, exclama: «¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!» (Lc 11,28). Así, como hija de su cultura, y en nombre de muchos, alaba el seno y los pechos de María de Nazareth, signo de maternidad (Gn 49,25).
Cuando esta mujer desconocida, termina aquel cumplido, Jesús eleva su voz tal vez más alto que la suya y expresa que la dicha de María no se fundamenta tanto en la maternidad biológica como en la escucha de la Palabra de Dios y su puesta en práctica (Lc 1,38. 45; 2, 19,51). La Virgen María, a quien la Iglesia venera con especial devoción cada semana en sábado desde hace siglos, aparece así, este día de hoy, como modelo de todo discípulo-misionero. La verdadera felicidad de quien quiera seguir a Jesús y vivir para él, no está en títulos, cargos, parentescos o posesiones. Para nosotros, hombres y mujeres de fe, escuchar y leer la Palabra —como María— nos va dando pistas para recorrer el camino de la existencia. Hacer una lectura creyente de la Palabra en nuestro día a día, nos hace vivir de forma diferente, porque nos da claves de sentido para el camino, y confiere a nuestra vida un horizonte, una meta. María no es alabada y querida por el solo hecho físico de llevar a Jesús en el seno y alimentarlo, sino por algo infinitamente más grande: Escuchar la Palabra, cumplir la voluntad de Dios y perseverar en ella todos los días de su vida.
Jesús presenta a su Madre santísima como modelo de felicidad porque escuchó e hizo vida la Palabra de Dios y no porque todo le saliera bien o fuera color de rosa. A veces puede suceder que el discípulo-misionero sienta que le agobia el mucho trabajo, el estrés, el sueldo raquítico que hay que estirar cada mes, los plazos del pago del carro, la casa y los electrodomésticos que aún no van ni a la mitad pagados... Se sufre muchas veces porque no se entiende la actitud de ese «Hijo» que se entrega completamente a su Padre Dios y parece que nos abandona en el momento más difícil. Pero, todo esto y mucho más, vivió la Virgen Madre, añadiendo el aparente abandono de Dios al arrebatarle al Hijo cuyo nacimiento tan solemnemente había sido anunciado hace años. Ella elegida por Dios, escuchaba la Palabra y la ponía en práctica. Viene bien que este sábado, ante alguna imagen de la Virgen hacerte una serie de preguntas como éstas: ¿Cómo escucho cada día la Palabra que me propone el Señor a través de la Liturgia? ¿Dejo que permee mi corazón y lo transforme? ¿Consigo descubrir la Palabra viva de Dios en mi vida? ¿Cómo vivo la devoción a María, la madre de Jesús cuando estoy solo? ¡Bendecido sábado, cargado del gozo de haber celebrado ayer en nuestra comunidad parroquial de Fátima, el cierre del Año Jubilar del Centenario de sus apariciones en Portugal!
Padre Alfredo.
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