Este martes la Iglesia celebra la fiesta de san Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz en los tiempos de la persecución, cuya vida nos ayuda a entender de manera más clara y cercana la figura de Jesús, el Buen Pastor. Este santo mexicano fue un hombre fiel al Evangelio, a quien, imitando a Cristo que dio la vida por sus ovejas, no le faltaron sufrimientos, persecuciones sin tregua y calumnias ante los que no se rindió nunca (cf. Mc 10,30). Imitando a Cristo pobre, san Rafael se desprendió de su tiempo, de sus bienes y de su vida, que gastó como incansable misionero. Su caridad vivida en grado heroico hizo que le llamara «El Obispo de los pobres». En su ministerio sacerdotal y después episcopal, Rafael fue un incansable predicador de misiones populares, el modo más adecuado en aquellos años para evangelizar a las gentes, usando su Catecismo de la doctrina cristiana, a la vez que cuidaba de la formación de los futuros pastores, cuando los seminarios tenían que subsistir de forma clandestina en locales disfrazados de cines o mercados.
«Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas» dice Cristo (Jn 10,11). Cristo dice, en este trocito del Evangelio que él es el pastor de las ovejas. Y no un pastor cualquiera... sino: «¡El buen pastor!». Tomando esta imagen que viene del Antiguo Testamento, él sabe que todo comprendían qué era un pastor y cómo vivía y trabajaba. Era normal usar la imagen del pastor para indicar la función de quien gobernaba y conducía al pueblo. Los profetas criticaban a los reyes porque eran pastores que no se ocupaban de su grey y no la conducían a pastar (Jr 2,8; 10,21; 23, 1-2). Indicando que es un «Buen Pastor», Jesús se presenta como aquél que viene a cumplir las promesas de los profetas y las esperanzas de la gente. Insiste sobre dos puntos que san Rafael Guizar captó muy bien: Primero, la defensa de la vida de las ovejas; el buen pastor da su vida (Jn 10,11.15.17.18); y segundo, la recíproca comprensión que debe haber entre las ovejas y el pastor; el pastor conoce a sus ovejas y ellas conocen al pastor. (Jn 10,4.14.16). Inmediatamente después Jesús delinea la conducta del mercenario que no es pastor (Jn 10,12-13) aunque lo parece, pues mirando desde fuera, no se percibe la diferencia entre un mercenario y un pastor. Los dos se ocupan de las ovejas, pero de forma diferente.
¡Cuánto tenemos que aprender de Cristo y de los que buscan ser como él: «un buen pastor»! Hoy nos faltan quienes se ocupen de las ovejas en los hospitales, en las comunidades, en los asilos, en los colegios, en los servicios públicos, en las parroquias... Algunos lo hacen por amor, como buenos pastores; otros, apenas como mercenarios por un salario o un premio de otra clase. Hoy, como ayer, se distingue el pastor del mercenario en el momento del peligro, unos dan la vida, los otros no se interesan, «porque las ovejas no son de ellos»: los niños no son de ellos, los alumnos no son de ellos, los vecinos no son de ellos, los fieles no son de ellos...
Al ver el rostro sonriente de san Rafael Guizar y Valencia, en vez de juzgar la conducta de los otros, uno siente la necesidad de ponerse delante de la propia conciencia y preguntarse: ¿En mi relación con los otros… soy mercenario o pastor? Yo se que Jesús no condena al mercenario, porque dice que el trabajador tiene derecho a su salario (Lc 10,7), pero pensando en este santo y en María Santísima a quién él tanto amaba, siento que Jesús pide que demos un paso adelante y nos convirtamos en pastores. Finalmente, en este relato, Jesús mira al horizonte y dice que «hay otras ovejas que no son de este redil» (Jn 10,16). Todavía hay muchos que no han escuchado la voz de Cristo, pero cuando la oigan, se darán cuenta que Él es el pastor y lo seguirán. ¿Quién hará esto o cuándo sucederá? ¡Somos nosotros, que, imitando en todo el comportamiento de Jesús, como san Rafael, podemos encarnar al Buen Pastor! Que tengas un bendecido martes.
Padre Alfredo.
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