Hace 14 años un día como hoy andaba en Acapulco disfrutando de esa vista hermosísima que ofrece este bello puerto y esperando que llegara la hora de la Ordenación Sacerdotal de quien muchos conocemos como el padre «Pepe», ese padrecito incansable que está en África. El tiempo pasa tan de prisa, como estos 14 años de ministerio sacerdotal del padre José Radilla Torres, muchos de los cuales ha pasado en ese verde continente lleno de esperanza. ¡Me encanta recordar estos momentos de gracia meditando el pasaje evangélico que la liturgia de este día la Iglesia nos propone meditar!, porque el evangelio, entiende que una actitud propia del discípulo que sigue a Jesús de Nazaret es vivir con esmero y dedicación –vigilante, dice el texto de hoy– la venida del Señor. Leyendo a San Lucas (Lc 12,39-48) nos queda claro que, para esperar la venida del Señor, no basta con cuidar la propia vida sin darla. ¡No, no basta! El Señor nos exige que nos reconozcamos como administradores y no dueños de la vocación que Él nos ha dado, cuya principal tarea es, según cada vocación específica, cuidar de la gracia en los demás y vivir con equilibrio y dignidad el compromiso que hemos hecho.
Para vivir plenamente la vocación que Dios nos ha dado, no basta con irla pasando. Hemos de reestrenar el «Sí» que dimos a Dios y a nosotros mismos en la entrega y servicio a los que nos rodean, especialmente a quienes Dios ha puesto a nuestro cuidado en la vida sacerdotal, en la vida consagrada, en el matrimonio, en la soltería, según la vocación que Dios nos haya dado. ¿Cómo hacer esto? Mirando al Señor siempre. Él es nuestro escudo en la batalla, es el sostén en nuestras penas, es nuestro auxilio que nos salva cuando el agua nos llega al cuello; Él es nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestro gozo en el diario vivir. Estamos llamados a ponernos de su lado en todo momento dejando que los años desgasten nuestras vidas dándolo todo y cuidando de los demás sin buscar ningún interés a cambio, como dice Neruda en su poema El Estribillo del Turco: «Darse a las gentes
como a la tierra las vertientes. Y no temer. Y no pensar. Dar para volver a dar. Que quien se da no se termina porque hay en él pulpa divina».
Que Dios nos ayude a «dar para volver a dar» y que María, su Madre Santísima, nos ayude con su intercesión a ser servidores fieles, generosos y libres, según la vocación que hemos recibido. «Dichoso ese siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber» (Lc 12,43). Al ver este pasaje en el evangelio puedo decir: ¡Padre Pepe, esta parábola es un regalo para ti en el día de tu aniversario de ordenación! A ti, como sacerdote misionero te ha llamado el Señor a administrar la misión que Dios te ha dado como buen pastor. Pero es claro, que también puedo decir: ¡Armando, Idalia, Mirna, Isaías, Lydia, Hugo... la parábola también es para ti, para cada uno de nosotros con nuestra propia vocación. Y entonces toma mucho sentido la advertencia final de este trocito del escrito de san Lucas: «Al que mucho se le da, se le exigirá mucho; y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más» (Lc 12,48). ¡Feliz aniversario padre Pepe y déjanos a muchos, seguir reviviendo el gozo de aquel día caluroso en que la gracia del Espíritu Santo se desbordó en ti para salvar muchas almas, en ese hermoso puerto de Acapulco! Bendecido miércoles a todos.
Padre Alfredo.
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