Si sumamos, más o menos, la cantidad de kilómetros recorridos por san Pablo en sus viajes misioneros, tendríamos un total de más de 15,000 kilómetros... ¡Imaginen para aquellos tiempos! Tres grandes viajes misioneros en tres años, más todo lo demás. Aquel apóstol sintió que llegó hasta el final de la tierra anunciando a aquel que lo había conquistado haciéndosele encontradizo por el camino y cambiando totalmente sus planes de vida. Si el Señor conquistó a Pablo y lo llamó a vivir una amistad de intimidad con él... lo hará con cualquiera, contigo y conmigo.
San Pablo, cuando ocurre aquel incidente trágico de la muerte de Esteban en manos de los que lo apedrearon, no sería más que un jovencito de unos 17 años. Sabía quien era Cristo y quienes eran y qué querían alcanzar los cristianos, pero necesitaba un fuerte vínculo que de perseguidor lo convirtiera en perseguido por vivir una amistad profunda con aquel amigo entrañable. Sabemos que fue condenado a muerte y fue mártir por su amistad con Cristo.
Hoy, en nuestros tiempos, hay pocos cristianos amigos de Cristo. Ya Gandhi lo decía: «Creo en Cristo, pero no en los cristianos». ¿Cómo afrontaríamos la mayoría de los cristianos de hoy en este mundo occidental dominado por el consumismo, una persecución religiosa? ¿Tendríamos la misma valentía de nuestros hermanos de Medio Oriente? ¿Recordaríamos, en medio del dolor y el sufrimiento, que Cristo ofrece su amistad como declaración de amor a perpetuidad? (cf. Jn 15,13-14). Sin una amistad íntima con Cristo, muere la fe.
Estamos celebrando en estos días, la «Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos», que abarca desde el 18 de enero hasta el día 25 en que celebramos la conversión de san Pablo. Me parece una buena oportunidad para reflexionar en la íntima amistad que a todos y cada uno de los cristianos debe unirnos al Salvador, porque, para seguirle en fidelidad y en unidad, hay que escuchar los latidos de su corazón que nos dice: «Permanezcan en mi amor» «Cómo mi Padre me amó, así los he amado a ustedes» (cf. Jn 15,9).
El cristianismo es la religión más difundida en el mundo y más o menos Cristo tiene hoy poco más de 2,180 millones de personas que le siguen, es decir casi un tercio de la población mundial, de estos, los católicos somos el 50,1 % y el resto está integrado por las diversas denominaciones que llamamos hermanos protestantes o hermanos separados (que sigo yo «esperados»).
En los últimos cien años, los seguidores de Cristo nos hemos cuadruplicado, pero el crecimiento de la población mundial ha dejado prácticamente igual el porcentaje sobre la población mundial. Hace cien años —precisa la agencia de información vaticana— los cristianos éramos 600 millones y ahora rebasamos los 2.180 millones, pero al mismo tiempo la población ha pasado de 1.800 millones a 6.900 millones, lo que supone que hace cien años representaban el 35 % de la población y ahora solo el 32 %. Los cristianos han aumentado en África y Asia y han descendido en Europa. Si en 1910 el 66,3 % de los cristianos vivían en Europa, el 27,1 % en América, el 4,5 % en Asia-Pacífico, el 1,4 % en África subsahariana, el 0,7 % en Oriente Medio y África del Norte, ahora la situación ha cambiado radicalmente. Hoy Europa está en el segundo puesto (25,9 %), mientras que el mayor número está en América (36,8 %).
Pero viendo el mundo y las condiciones en que está, uno pudiera preguntarse: ¿Cómo es posible, que en medio de esta vorágine social, yo tenga un lugar especial en el corazón de Cristo y él me ame tanto? ¿Cómo es que —como san Pablo— puedo percibir que a cada uno de los cristianos, él nos espera en algún momento de su pasión? Es que perecería que con el viento del relativismo que en esta época corre en todas direcciones, todo se cae, nada permanece, pero... el amor de Cristo es firme, es camino, es verdad y es vida. El amor de Cristo es de amistad íntima con cada uno de los cristianos sin que nadie pueda ser irremplazable y sin que él mismo pueda ser irremplazable para cada cristiano. Nada ni nadie puede ocupar el lugar de Cristo en el corazón del que ha captado su íntima amistad. A Jesús no lo suple nadie.
Cristo quiere estar en el corazón de cada uno de sus seguidores y hacer de cada uno «su amigo». «A ustedes no los llamo siervos, los llamo amigos». Otros grandes santos, enamoradísimos de Cristo como san Pablo, al pensar en la amistad íntima con Jesús se preguntaban como san Policarpo,: «¿Por qué le he de traicionar?».
Hay un dicho popular que reza así: «Dime con quien andas y te diré quién eres». San Pablo no se despegó nunca de Jesús, por eso su ejemplo ha impregnado el corazón de muchos santos y beatos. Santa Teresa de Ávila decía: «¡Con tan buen Amigo presente, todo se puede sufrir!». La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, hablando de la amistad íntima con Cristo apunta: «escuchando la palabra divina, penetrándose de ella, gustándola, rumiándola por el don de Sabiduría, viene el alma a despojarse del hombre viejo y a revestirse del nuevo, a hacer suyos los conceptos del Maestro, a apropiarse su lenguaje, sus sentimientos, sus modales. Llega a poder decir como san Pablo: “No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)» (Estudios y Meditaciones, f. 706). Es así, a la luz de la vida de los santos que entendemos que para ser amigos de Jesús no es suficiente un amor de sentimientos, de emociones. Hay que amar a Jesús con un amor de entrega, de fidelidad y e imitación.
¿Y como es esa íntima amistad que Cristo brinda? En el Evangelio lo podemos ver. Jesús, como amigo, se dirige hacia los demás con un corazón abierto, sin aislarse o evadir el trato; va al encuentro de todos los que ama (cf Mt 11, 28). Cura, consuela, perdona, da de comer, procura hacer descansar a sus íntimos. Se compadece de quien está necesitado (cf Mt 9, 36). No discute con sus amigos; los corrige, pero no choca con disputas hirientes (cf Mt 20, 20-28). Se alegra con ellos en sus momentos felices (cf Lc 10, 21). Rechaza sus intenciones desviadas (cf Mt 16, 23). No desea nada de los hombres; no busca dar para recibir. Y cuando una vez busca consuelo en la agonía, no lo encuentra (cf Mt 26, 40). Se siente incomprendido por ellos, pero era parte de su cruz, pues aún no había venido el Espíritu Santo que les hiciera comprender todo (cf Jn 12, 24). Jesús ama a sus amigos sobrenaturalmente, no por sus cualidades humanas (cf Jn 13, 14).
Finalmente, en el mismo Evangelio, Jesús nos dice: «Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando» (Jn 15, 14).
Alfredo Delgado Rangel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario