La escena nos muestra a modo de ejemplo, esa radicalidad de la llamada en la responsabilidad que conlleva seguir a Jesús. Él ya ha llamado a algunos discípulos para estar con él y enviarlos más tarde, a la misión. Viendo la gente que le rodea manda pasar a la otra orilla. En este contexto Jesús no promete ninguna seguridad a quien quiera ir con él, como nos dejan ver los dos ejemplos de quienes desean formar parte de su grupo. Él asumió su vida terrenal en la pobreza y el desprendimiento, sin un lugar donde reclinar la cabeza y orientando todo hacia la inminencia del Reino de Dios. Seguir al Maestro exige de nosotros, en nuestra condición de discípulos–misioneros, la disposición para subordinar todo a la primacía del Reino. Cada uno sabe lo que ha de dejara un lado para seguir a Jesús y permanecer con él.
Como cada día, vale la pena leer el relato completo y darnos cuenta de que estamos invitados, cada uno, a considerar qué significa ser un cristiano, un seguidor de Jesús, uno de sus discípulos–misioneros. El seguir a Jesús no es garantía de una vida fácil. Seguirlo significa estar preparados para estar con él en los tiempos malos así como en los tiempos buenos. Jesús nos desafía con la seriedad que tiene nuestra decisión de seguirlo. Advierte también que el amor duradero es lo que importa. Si queremos permanecer en la presencia de Jesús, tomemos nota de qué hemos dejado para seguirle. Cada uno sabrá y conversará con Él sobre cómo nos hace sentir este desafío. María, la Madre del Señor, fue libre para seguirle, lo dejó todo por él, incluso su plan de vida para adecuarse a lo que el «sí» que dio le acarreaba. Que ella nos ayude a permanecer con Jesús para amarlo y hacerlo amar. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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