Lo que es invertido en Dios, tiene un valor duradero, no como lo del mundo, que todo se acaba o se queda aquí cuando morimos. Entonces, de ¿qué clase de tesoros hablamos? En primer término está la entrega del corazón a Dios. Pero luego también todo lo que el discípulo–misionero pueda hacer con la intención de servir realmente a Dios. Si el ojo está sano, vemos bien, si el ojo está enfermo, nos vemos rodeados de tinieblas. Si el ojo, la mirada, está puesta en Dios, que es la luz y fuente de toda luz, se iluminará el misterio de la oscuridad humana. Si no se tiene puesto en Dios, se queda uno en lo superfluo y con el peligro de vivir en tinieblas, dentro del misterio de la propia oscuridad inmerso en cosas materiales.
Con este texto evangélico cada uno puede preguntarse qué tesoros aprecia y acumula, qué uso hace de los bienes de este mundo. ¿Dónde está tu corazón, tu preocupación? Porque sigue siendo verdad que «donde está tu tesoro, allí está tu corazón». Ya quedamos avisados de que hay cosas que se corrompen y pierden valor y sin embargo, tendemos a apegarnos a riquezas sin importancia. Estamos avisados de que los ladrones abren boquetes y roban tesoros. Sería una pena que fuéramos ricos en valores «penúltimos» y pobres en los «últimos». ¡Qué pobre es una persona que sólo es rica en dinero cuando se aferra a él como único bien! Los que cuentan no son los valores que más brillan en este mundo, sino los que permanecen para siempre y nos llevaremos «al cielo», nuestras buenas obras, nuestra fidelidad a Dios, lo que hacemos por amor a los demás. Y dejaremos atrás tantas cosas que ahora apreciamos. Pidamos con María sencillez de vida y valor para hacer un tesoro en el cielo. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario