Este modelo de oración que nos ofrece Jesús, es precisamente para que le demos contenido original tanto a nuestra oración privada como comunitaria. De hecho lo rezamos siempre en cada Eucaristía en la que participamos y la Iglesia lo establece como oración en otros momentos del día, en las Laudes y Vísperas de la Liturgia de las Horas. Cuando rezamos el Rosario, tenemos allí también el Padrenuestro que nos da la oportunidad —personal y comunitaria— de confrontar nuestra vida con el mismo proyecto de Dios. Podemos afirmar que es una oración profunda compuesta por pocas palabras y mucho amor.
Sabemos bien lo que quiere Jesús con esta oración. Él quiere que confrontemos nuestra vida personal y comunitaria con su proyecto original, que con nuestro proceder, hagamos que el Reino de Dios acaezca. Y que sepamos que esto sólo se logra si nuestras obras son las obras que el Padre o él harían, si luchamos porque la comunidad pueda asegurar su subsistencia... si estamos abiertos al perdón de toda deuda y al amor que destruye todo desnivel social... y si no caemos en la tentación del Maligno, que consiste en poner nuestro interés personal por encima del interés comunitario. Rezándolo nos sentimos de verdad hijos, ya sea que estemos solos o en una reunión de oración. Abramos al Padre, al rezarlo, nuestro corazón con sus llagas y con sus afanes de perfección; conversemos con el Amigo; comprometámonos con quien sabemos que es siempre fiel; y también con sus hijos, nuestros hermanos. Bajo la mirada de María, que nos acompaña siempre, pidamos un corazón nuevo, audaz, desprendido, que todos los días llame a Dios «Padre» y se ponga en sus manos, pues ésta es la única ventana abierta a la paz en medio de las turbaciones humanas. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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