lunes, 18 de marzo de 2019

«Misericordiosos como el Padre»... Un pequeño pensamiento para hoy


La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. «La divina misericordia es una perfección que mira las miserias de la criatura para aliviarla y aún para liberarla de ellas,» decía san Juan Eudes (Obras Completas VII, 7) y decía también: «la misericordia de Dios es tan sobreabundante que se contenta con un momento de verdadera penitencia» (Obras Completas, VII,23). Hoy la liturgia de la palabra nos invita a ir a este tema y de una manera muy especial la muestra en Dios el salmista en el salmo 78 [79] que hoy tenemos como salmo responsorial, además del Evangelio que se explaya en ello con pocas pero profundas y extensivas palabras (Lc 6,36-38). Hoy el salmista se allega a Dios en oración para suplicar e implorar a Dios su intervención misericordiosa ante una situación llena de desesperación y angustia clamando al Señor con todas sus fuerzas. 

El escritor sagrado sabe que el Señor es compasivo y misericordioso y en él no es solo el poeta que articula los dolores y las frustraciones del pueblo, sino el adorador que participa y siente profundamente la crisis de su comunidad. Este poema está en la misma tradición de otros salmos, como el 43 y el 73 [42 y 72 respectivamente] que desean mover la mano misericordiosa de Dios ante las acciones destructivas y burladoras de las naciones en general y sus vecinos en particular. El gran tema del salmista es que Jerusalén, la ciudad santa, y el Templo, la morada de Dios viviente, han sido invadidos y destruidos por los enemigos y así, este salmo hace referencia a las iniquidades y pecados de los antepasados implorando misericordia al Señor. Aquel pueblo, como el nuestro, reacciona desde el dolor, la comunidad ora con las heridas abiertas pero no se siente sola, sabe que el Señor, compasivo y misericordioso le acompaña. Israel interpela a Dios en medio de la calamidad que se presenta con dimensiones magnas. La oración del pueblo, entonces, se convierte en una súplica a esa misericordia de Dios que no abandona nunca a los suyos. 

Por eso en Cuaresma nos viene muy bien este tema de la misericordia que imploramos como pueblo desde nuestra miseria. Con el salmista nosotros también pedimos a Dios que no se acuerde de los errores, las culpas y las iniquidades de los antepasados, que nos ayude en nuestro camino cuaresmal, que nos libere de la esclavitud de los pecados. Dios es misericordioso, pues sabemos que escucha el clamor y responde a las plegarias, como nos enseña el salmista. Ese concepto de Dios compasivo y misericordioso fue el que vivió y predicó Jesús de Nazareth. En sus enseñanzas, el Señor destaca el valor del perdón, afirma las virtudes de la misericordia y celebra el poder del amor. Hemos de experimentar su amor y su misericordia. No podemos sólo convertirnos en quienes proclaman su nombre con los labios por ser Cuaresma. Si hemos sido amados y perdonados por Dios; si Él ha sido misericordioso para con nosotros es para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo. Seamos misericordiosos, como nuestro Padre es misericordioso. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de recibir con amor la vida que el Dios de las misericordias nos ofrece. Que viviendo en comunión de vida con Cristo, nuestro Dios y Señor, podamos ser portadores de su perdón, de su amor, de su generosidad y de su misericordia para todas las personas de todos los pueblos de la tierra. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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