Hoy la liturgia de la Palabra nos ofrece parte del salmo 24 [25]. Un salmo que tiene una estructura especial con una colección de invocaciones, de consideraciones morales y de súplicas en forma de sentencias unidas entre sí. Este salmo completo, tiene 22 versículos y se puede dividir en tres partes: a) Una súplica de protección y guía (1-7); b) Un conjunto de reflexiones sobre Dios y sus relaciones con los que le temen (8-14) y, por último; c) Una nueva súplica de liberación de una situación angustiada (15-21). Para hoy, la liturgia solo ha considerado los versículos del 4 al 9. La causa del justo —esto lo entendemos muy bien— es la causa del Señor; por eso, si los impíos prevalecen sobre aquél, en el fondo es una victoria contra el Señor, ya que, en la mentalidad de los pecadores, Dios es impotente para hacer salir airoso a su protegido. En la tradición israelita está demostrado que el que confía y espera en el Señor no queda defraudado en sus esperanzas.
Obsesionado con la idea de ser fiel a su Dios, el autor del salmo le pide encarecidamente a Dios que le enseñe sus caminos: «Descúbrenos, Señor, tus caminos... Tenemos en ti nuestra esperanza». Moisés había pedido al Señor que le mostrara su camino para acomodarse a sus exigencias: «hazme saber tu camino, para que yo te conozca y halle gracia a tus ojos, y mira que esta gente es tu pueblo» (Ex 33,13). El salmista lo recuerda y, sin duda, sabe que por caminos y sendas del Señor se entienden no sólo los preceptos escritos de la Ley, sino los secretos de su providencia respecto de su vida personal para responder mejor a sus insinuaciones. Él sabe que el Señor siempre se ha manifestado como Salvador de las almas justas angustiadas, por eso el salmista pide a su Dios que se acuerde de sus misericordias, que desde tiempos antiguos se han manifestado sobre los justos en Israel y, por tanto, las misericordias antiguas o eternas pueden ponerse ahora a favor del salmista atribulado. El amor del Señor de los tiempos antiguos no se ha agotado ni se agotará nunca. En la Sagrada Escritura constantemente se realza la misericordia divina, que prevalece sobre la justicia. El Señor es bueno y bienhechor para con los que le temen. En el evangelio de hoy (Mt 18,21-35), Jesús insiste de nuevo sobre el tema de la «misericordia», perdonar, apiadarse, condonar las deudas a nuestros deudores, liquidar los conflictos, mejorar las relaciones... esfuerzos esenciales del que busca la bondad y de quien quiere vivir bien la cuaresma.
Cuaresma es tiempo especial, un tiempo de conversión, de perdón de ejercer la misericordia y la compasión. Un tiempo de reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. Dios nos muestra el camino, nos ha perdonado sin tantas distinciones. Como David perdonó a Saúl, como José perdonó a sus hermanos, como Esteban a los que le apedreaban y Jesús a los que le clavaban en la cruz. El que quiera vivir en plenitud la Cuaresma que le conduce a la Pascua y con ello a una vida nueva, ha de dar el primer paso y perdonar, sin poner luego cara de haber perdonado, que a veces eso ofende más. Sin pasar factura y alejando de todo rescoldo de rencor. Perdonar con amor, sabiéndose a si mismo perdonado por Dios. Hoy la liturgia nos enseña que la vivencia de nuestra Cuaresma no es cuestión de aritmética. Quien ha experimentado la misericordia de Dios, no puede andar calculando las fronteras del perdón y de la acogida al hermano, sino que va creando un corazón que descubre el auténtico camino que lleva a Dios. Pidámosle a María que ella nos acompañe y nos ayude a descubrir ese sendero. Hoy yo se lo pido en su casita del Tepeyac, y se lo pido para mí y para todos. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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