El Evangelio de hoy deja al descubierto el corazón cerrado que se quedaba solamente en el cumplimiento de la ley sin practicar la misericordia. Jesús no dudaba en actuar de acuerdo con sus convicciones: Aquel hombre estaba enfermo… que interesa que sea sábado… que interesa que los demás solo estén buscando una excusa para atacarle: había que sanarlo. Ante lo que Jesús les dice, los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. Así, leyendo y releyendo este Evangelio, nos debe de quedar claro que en este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo compasivo y misericordioso —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.
Tal y como ocurre cada uno de los días del año, la Iglesia Católica conmemora hoy la vida y canonización de algunas de sus figuras más representativas, ya sean estas beatificadas o santificadas. Siempre son varias personas. Entre todas ellas, en la jornada de hoy, 30 de octubre, destaca la de San Marcelo de León, un centurión que afirmó ser cristiano y que, por ello, no podía seguir manteniendo el juramento militar, por lo que fue degollado, consumando así su martirio. El hecho exacto que lo llevó al martirio fue que el día del cumpleaños del emperador, mientras los demás sacrificaban a los ídolos, él se quitó las insignias de su función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el juramento militar. Su amor a Dios era más grande que cualquier otra cosa y no iba de acuerdo con aquellas leyes. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de san Marcelo y de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de crecer más y más en el amor a Dios y al prójimo para poder llegar, llenos de los frutos de la justicia que nos viene de Cristo, al día de su gloriosa manifestación, para poder participar eternamente de su Gloria y alabanza. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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