Cada Misa en la que participamos, vivimos un encuentro profundo con Dios. En la celebración escuchamos su Palabra y recibimos su Cuerpo y su Sangre. Allí le adoramos, le rendimos alabanza, le damos gracias, le pedimos perdón por nuestras faltas y le dirigimos súplicas a sabiendas de que Él nos escucha y nos dará lo que más nos convenga.
Con la asistencia plena, consciente y activa en cada Misa, rendimos el mayor homenaje que podamos dar a Dios. En la Misa alcanzamos el perdón de los pecados veniales, con lo que el demonio pierde dominio sobre nuestras almas. En la Misa oramos por nuestros difuntos y alcanzamos bendiciones y prosperidad para nuestras vidas, incluyendo nuestros asuntos temporales, negocios y demás.
La asistencia asidua a Misa nos libra de muchos peligros y desgracias y con cada Misa se aumenta la esperanza del cielo. Durante la Misa tomamos diversas posturas corporales que van hablando, con esa expresión corporal, de nuestra relación con Dios. De pie nos ponemos en su presencia, hincados adoramos e imploramos perdón, sentados nos colocamos en actitud de escucha. En Misa permanecemos en silencio escuchando la voz de Dios a través de su Palabra o del mensaje que la explica y aplica a nuestra vida, oramos juntos a una sola voz para expresar que somos un pueblo peregrino que clama a Dios, cantamos alabando y suplicando al Creador y avanzamos caminando a su encuentro en el Pan Eucarístico.
Estas son una sentencias breves en las que algunos santos hablan del valor de la Misa aplicada por quienes están en el purgatorio y que comparto ahora contigo para invitarte a valorar más y más la participación en Misa y sus efectos:
"La Misa es el don más grande que se puede ofrecer al Señor por las almas, para sacarlas del purgatorio, librarlas de sus penas y llevarlas a gozar de la gloria" (San Bernardo).
"Durante la celebración de la Misa, se suspenden las penas de las almas por quienes ruega y obra el sacerdote, y especialmente de aquellas por las que se ofrece la Misa" (San Gregorio).
"El que participa en Misa, hace oración, da limosna o reza por las almas del purgatorio, trabaja en su propio provecho" (San Agustín).
"Por cada Misa en la que se participa con devoción, muchas almas salen del purgatorio y a las que allí quedan, se les disminuyen las penas que padecen" (San Gregorio el Grande).
La Misa es la actualización del Sacrificio del Calvario, el mayor acto de adoración a la Santísima Trinidad. Por eso es obligación participar en ella todos los domingos y fiestas de guardar, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.
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