Hoy es un buen día para pedirle al Señor que nos guíe para comprometernos con nuestra fe, para comprometernos con nosotros, con los nuestros... con la Iglesia. La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó. Este compromiso es un compromiso hacia dentro, como lo es también hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de los hombres.
Nos vamos acercando a la celebración del misterio pascual. Esta proximidad nos anima a reflexionar y a abrirnos a la salvación, que Dios nos ofrece en Cristo Jesús que se proclama como el Mesías Salvador, prometido por el Dios de Israel. Un Salvador no sólo para Israel, sino también para todas las naciones. Jesús es la respuesta salvadora del Padre, para unificar y consolidar su Reino en el mundo. Él se encamina decididamente hacia Jerusalén para entregar su vida, libremente; y mediante esa entrega de amor fiel hacia su Padre Dios y hacia nosotros, alcanzarnos el perdón de nuestros pecados, hacernos hijos de Dios y templos de su Espíritu Santo, que nos una, por el amor, al Padre Dios como hijos en el Hijo, y nos una a nosotros como hermanos. Pero el maligno siempre tratará de que este proyecto divino no se realice en nosotros. Quienes lo rechazan encontrarán una y mil razones para tratar de justificar su alejamiento de Dios y de su Iglesia. Sin embargo, quien no esté con Cristo desparrama, no puede ser como una vasija que conserva el agua para distribuirla a quienes necesitan disfrutar del Agua de la Vida; será como vasija rota, agrietada e incapaz de retener el agua. Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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