jueves, 18 de marzo de 2021

«Hablando de Moisés»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el Evangelio de hoy (Jn 5,31-47), que es continuación de lo que hemos estado leyendo estos días; se hace una referencia grande y profunda a Moisés. Figura excepcional para el pueblo judío: fundador, liberador, líder, guía, legislador. Este personaje tiene una influencia y autoridad extraordinaria. Así como Moisés está al inicio de la experiencia de la Ley del pueblo, Moisés está al lado de la nueva experiencia de libertad que propone Jesús, con su palabra, de parte del Padre. Hay un nuevo pueblo que nace, hay una nueva ley que proponer, hay una nueva experiencia. Jesús, como buen israelita, conoce la importancia de Moisés, sabe de su autoridad, y entronca, une, la propuesta que tiene de parte de Dios, a la que ya el pueblo conoce. De cara a este legislador del pueblo Jesús evalúa a las autoridades y representantes sociales; será Moisés quien los juzgue. Moisés trajo un don grande, pero Dios suscitará otro profeta mayor que Moisés, como el propio Primer Testamento apunta y ese es Jesús.

El evangelista parece empeñado en averiguar por qué los judíos no creyeron a Jesús, ni quisieron ir a él, ni lo recibieron. Y acumula explicaciones. No hicieron caso al testimonio de Juan, por Dios como testigo de la luz, a diferencia de aquellos dos discípulos de Juan que se dejaron conducir por la palabra de su líder: «ése es el Cordero de Dios» y, después que le oyeron, siguieron a Jesús (Jn 1,36-37). No prestaron atención al testimonio de las propias obras de Jesús, a diferencia del funcionario real que supo caminar desde un crédito rudimentario hasta una fe íntegra y comunal. Nunca escucharon el testimonio del Padre, y, si no conocían al Dios verdadero, se incapacitaban para conocer a su enviado. No está en ellos el amor de Dios, y como el amor de Dios es «los ojos de la fe», su ceguera les impide acceder al revelador; en cambio, advertimos cómo el discípulo amado, y que corresponde al amor, ve el sepulcro vacío y cree, o identifica inmediatamente a Jesús en medio de la bruma matinal. No buscan la gloria que viene del único Dios, sino la propia gloria, mientras la fe entraña un despojo de la autosuficiencia, el reconocimiento agradecido de que Dios da el pan a sus amigos mientras duermen, la superación de la red de intereses en que me atrinchero con mi grupo. Y finalmente mucho presumen de Moisés, sí, pero en realidad no creen a Moisés ni dan fe a sus escritos. Les pasa como al epulón y a sus hermanos: si no dan fe ni hacen caso a Moisés ni a los profetas, aunque resucite un muerto no le harán caso. Y, claro, así no hay manera.

Las últimas palabras de Jesús a sus adversarios suenan desconcertantes: «No piensen que seré yo quien los acuse ante el Padre. Es Moisés quien los acusa, aquel mismo en el que ustedes creen». Moisés, a quienes ellos pretenden seguir, los condena por haberle robado la vida a la ley, inundándola de normas y cargas pesadas. Desde esta perspectiva podemos entender cómo muchos hombres y mujeres se dicen cristianos a pesar de que alimentan estructuras sociales injustas, corruptas, violadoras de derechos humanos, por sus intereses mezquinos y egoístas. La razón es simple, creen como los fariseos que con cumplir algunas normas (ir a misa, confesarse, dar limosna, ir en peregrinación a Roma o Tierra Santa, etc.) tienen la salvación en las manos, sin darse cuenta de que, mientras la fe no se traduzca en obras de amor y de vida, no estamos siguiendo al Jesús del Evangelio. Estamos en Cuaresma, tenemos la oportunidad de revisar nuestro ser y abrir plenamente nuestro corazón a Jesús para creerle. Con María, pidamos al Señor, un corazón puro en el amor, una mente limpia en la verdad, una búsqueda constante de Él, para que, cuando hable, le escuchemos, acojamos, adoremos; y que cuando actuemos lo hagamos a conciencia. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.


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