sábado, 6 de marzo de 2021

«La parábola del hijo pródigo»... Un pequeño pensamiento para hoy


La parábola del hijo pródigo, que el Evangelio de hoy nos narra (Lc 15,1-3.11-32) es una de las más hermosas que encontramos en la Sagrada Escritura. Siempre he pensado que este relato bien podría llamarse también «la parábola del padre misericordioso», pues más que la actitud ingrata de los hijos, lo que resalta esta perícopa evangélica es la misericordia del padre para con sus dos hijos, uno de los cuales, el menor, le pidió la parte de la herencia que le correspondía decidiendo vivir fuera de la casa paterna, mientras que el hijo mayor se queda en la casa paterna, pero sin aprovechar el hecho de vivir con su padre. En Cuaresma, la Iglesia nos pone este Evangelio dejándonos una gran enseñanza: El Padre misericordioso está siempre dispuesto a acoger sin reservas a todos los hombres que quieran ponerse en sus manos. Sólo existe una barrera que impide este amor de Dios: creer que somos autosuficientes, que somos capaces de salvarnos nosotros solos.

Los dos hijos de la parábola son todo un caso, pero el relato nos deja ver el arrepentimiento del hijo menos que se ha malgastado toda su herencia. Sabe que lo ha perdido todo, incluso su dignidad, pues siendo judío, cuidaba cerdos, que para ellos eran animales impuros y, además, pasando tanta hambre, quería hasta comerse el alimento de aquellos animales. Él reconoce que había sido egoísta, pero se ve que era poco lo que conocía a su padre, pues no alcanza a percibir su misericordia y su inmensa capacidad de perdonar. Quiere regresar a casa y ser tratado como uno de los trabajadores. Por otra parte, el hijo mayor parece bueno, pero, aunque la parábola no nos dice nada, definitivamente creo que al final, como decimos vulgarmente, le debe haber caído el veinte al darse cuenta lo poco que también él conocía a su padre, de quien no supo recibir el beneficio de tenerlo a su lado y entender que, como le dice su padre: «todo lo mío es tuyo». Total que ninguno de los dos hijos estaba bien. Los dos estaban marcados por el egoísmo y es el padre misericordioso el que sale al encuentro de los dos.

En medio de todo esto, el padre de la parábola aparece como alguien totalmente libre de todo apego, libre de todo egoísmo y con un corazón abierto al encuentro con sus hijos. Es un padre que da margen de confianza al hijo que se quiere ir y luego le perdona y le acepta de vuelta y que le vuelve a dar una nueva oportunidad al que se ha quedado en casa pero lejos de su corazón. Este padre sale dos veces de su casa: la primera para acoger al hijo que vuelve y la segunda para tratar de convencer al hermano mayor de que también entre y participe en la fiesta. El hijo pequeño es el protagonista de una historia de ida y vuelta, que aprende las duras lecciones que le da la vida, y al fin reacciona bien. Es capaz de volver a la casa paterna. El hijo mayor seguramente se quedó pensando y es el que Jesús enfoca más expresamente: en él retrata a los «fariseos y letrados que murmuraban porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos». A ellos les dedica esta parábola y describe su postura en la del hermano mayor que se siente inmaculado. En Cuaresma nos acordamos más de la bondad de Dios. Bajo la mirada de María, la Madre de la Misericordia, leamos detenidamente esta parábola y veamos las actitudes de los dos hijos para podernos enfocar en la misericordia de nuestro Padre Dios que sale al encuentro de todos. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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