lunes, 29 de marzo de 2021

«En una gran intimidad con el Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estos primeros días de la Semana Santa —lunes, martes y miércoles—, los evangelios nos hacen revivir hora por hora, los últimos instantes de Jesús: la unción en Betania, en casa de sus amigos, Lázaro, Marta, María... luego la última cena con sus apóstoles... y la traición de uno de los Doce... Esto para que acompañemos a Jesús y vivamos en intimidad con él especialmente en estos días de la Semana Mayor en que recordamos su pasión, muerte y resurrección. Sin atender al inminente peligro, del cual tiene perfecto conocimiento, Jesús, según nos narra el Evangelio de hoy (Jn 12,1-11) va a Jerusalén con los discípulos para la Pascua. Seis días antes de la fiesta llega a Betania, donde se queda por poquito tiempo. Allá se le ofrece un banquete. El evangelista se limita a señalar a Lázaro entre los comensales y a decir que Marta sirve y que María era la mujer que ungió a Jesús.

Esta cena o celebración es una acción de gracias a Jesús por el don de la vida. «Le ofrecieron allá una cena». No ponen a la familia de Lázaro como sujeto. Es toda la comunidad de todos los tiempos. Recuperada de su tristeza, la comunidad celebra la vida recibida, reconocida en Jesús como en su fuente y en Lázaro como beneficiario. Este banquete en memoria de un muerto se convierte en acción de gracias para celebrar la presencia del autor de la vida y la victoria sobre la muerte. Este banquete como la eucaristía misma, anticipa también en cierto modo el banquete final, cuyos comensales serán todos los que han recibido la vida definitiva. El evangelista continúa hablando ahora de María, que tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso; le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera y la casa se llenó de la fragancia del perfume. María muestra su agradecimiento por el don de la vida y el precio del perfume es símbolo de su amor sin medida. El perfume que derrama María es símbolo del amor de la comunidad por Jesús que responde al amor que él le ha mostrado, comunicándole la vida. Al secarle los pies con el pelo, se insinúa el amor con que corresponde Jesús a los suyos. La acción de María sigue siendo algo permanente, algo simbólico y modélico, puesto que siempre debe existir el esfuerzo para mantener vivo a Cristo en este mundo y para oponerse a los poderes que le hacen enmudecer, que pretenden matarlo.

Aparece por último la figura de Judas Iscariote, Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar y dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselos a los pobres?» En la comunidad se alza una voz discordante. No todos los discípulos aceptan el mensaje de Jesús. Judas prefiere el dinero al amor. En realidad está poniendo precio a la persona del Maestro. Ha tasado lo que no tiene precio. Judas no cree en el amor generoso; el dinero es para él el valor supremo y desvaloriza el amor. Pretende oponer los pobres a Jesús. Piensa que nadie, ni Jesús mismo, merece un amor total. No está dispuesto a darlo todo por nadie en concreto, se refugia en lo genérico, en la masa abstracta —los pobres—. Como solución a la pobreza propone Judas la limosna en vez de la comunidad; la comunidad, para Jesús, no vive en estructuras de dinero, sino de acción de gracias y puesta en común (Jn 6,11), de amor compartido y que comparte. Por eso Jesús contesta; «a los pobres los tendrán siempre con ustedes». Así, a la luz de esta escena, podemos llegar a la conclusión de que es en la relación personal donde se manifiesta el amor de Jesús y por eso hemos de estar, como dije al inicio, en una gran intimidad con el Señor especialmente en estos días santos. Bajo la mirada de María su Madre vivamos estos días santos. ¡Bendecido Lunes Santo!

Padre Alfredo.

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