El punto de mira de Jesús son, una vez más, los fariseos, estos hombres que hablan de conversión, pero no la cumplen en ellos; son exigentes para con los demás y permisivos para consigo mismos, todo lo hacen para recibir las alabanzas de la gente y andan buscando los primeros puestos. Jesús les acusa de intransigentes, de vanidosos, de contentarse con las formas exteriores, para la galería, pero sin coherencia interior. El Señor quiere en los suyos la actitud contraria: «el primero entre ustedes será su servidor» (Mc 9,35). Como Él mismo, que no vino a ser servido sino a servir y dar la vida por los demás. Hay que tener mucho cuidado, porque resulta fácil hablar, explicar a los demás el camino del bien y tocar el tema de la conversión, y luego correr el peligro de que la propia conducta esté muy lejos de lo que se explica. Debemos vivir nuestro proceso de conversión no solo con las palabras, sino principalmente con las obras. Lo contrario es el fariseísmo, la hipocresía de los escribas y los jefes de la Sinagoga, que Cristo condena en esta lectura evangélica.
La conversión, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: «Den y se les dará» (Lc 6,38). Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar. La conversión es un andar, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No descuidemos esto, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios. Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo? La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestro ser y quehacer para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal. Sigamos avanzando en la Cuaresma hacia la Pascua con María. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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