viernes, 12 de marzo de 2021

«Amar a Dios y al prójimo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El corazón palpitante del Reino de Jesús es el amor. Es el dinamismo que nos comunica con Dios y nos impulsa a acercarnos a los hermanos. Es la terapia cristiana, que nos cura de todos los egoísmos que nos esclavizan: la codicia, la comodidad, la autosuficiencia excluyente, la agresividad destructora, el egoísmo... Jesús nos invita hoy a que a que demos la vuelta a nuestra vida egoísta y volvamos a Dios la mirada de nuestra mente y el anhelo de nuestro corazón. Es la actitud adecuada para ver el rostro del Señor y en Él encontrar el rostro de nuestro prójimo, a quien Jesús nos presenta para que le amemos. ¡Es urgente convertirnos a este amor! En el Evangelio de hoy (Mc 12,28-34) le preguntan a Jesús: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, para responder Jesús emplea las palabras de una oración que los israelitas rezan todas las mañanas: «Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor, no tendrás otro Dios delante de ti» y recurre también al Levítico: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De esta manera, Cristo nos deja ver que no se trata de conocer la teoría del amor, sino de vivir en la práctica de cada día el amor a Dios amando al prójimo.

Dentro del camino cuaresmal —que es el camino de conversión del corazón—, la escucha, el llegar a oír, el ser capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón es un elemento fundamental que se mezcla en nuestro interior con el elemento central del juicio, que es nuestra conciencia, en la cual experimentamos en primer lugar el amor a Dios y el amor al prójimo. La palabra fundamental en la respuesta de Jesucristo en el Evangelio de hoy no la podemos perder: «Amar». El resto de su respuesta es esencial también, porque todo depende de a quién ames y con qué amor. Tal fue el regalo que nos dio con su vida y su muerte. Bien podemos resumir la existencia de Cristo diciendo que fue una gran cátedra de amor en la que aprendimos que hemos de amar para vivir y hemos de aprender a amar para vencer a la muerte y alcanzar la vida que no muere. «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor» decía Santa Catalina de Siena. Dios es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado, amor que se hace donación. 

Este Evangelio de hoy no es sólo una autorrevelación de cómo Dios mismo —en su Hijo— quiere ser amado. Leyéndolo con atención vemos que con un mandamiento del Deuteronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo. El que quiere pertenecer al Reino de los cielos ha de unir los dos mandamientos, porque ninguno de los dos se puede comprender sin el otro. Es decir, amar a Dios sólo es posible amando al prójimo; y el amor que se practique con Dios debe ser igual al practicado con las demás personas. Con esta forma de unir a Dios y al ser humano, Jesús abre un panorama nuevo: se sale de la práctica deshumanizada de la ley, para llegar a lo importante: la humanización, el crecimiento cualitativo del ser humano. La Cuaresma es un tiempo propicio para revisar cómo andamos en esa cuestión de amar. Con la ayuda de María hagamos un análisis. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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