jueves, 1 de abril de 2021

«La Última Cena»... Un pequeño pensamiento para hoy


Según lo que hemos reflexionado estos dos últimos días de la Semana Santa, Jesús y los Apóstoles vivían momentos de tensión. Jesús se presenta con la conciencia de que su camino llega a cumplimiento, que se acerca la hora de consumar la entrega de su vida y los Apóstoles están con el sentimiento del desconcierto, del miedo ante lo que sucederá. Seguramente que en aquella Última Cena hubo muchos silencios, muchos ratos de sumirse cada cual en sus propios pensamientos, en sus propias inquietudes. Y seguramente que también en medio de los silencios y de los desconciertos circuló imparable una profunda corriente de proximidad, de estimación mutua. El Evangelio de hoy (Jn 13,1-15) nos recalca el amor de Jesús: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Y es el amor de los discípulos, el amor que pugna por entender al maestro y a menudo no lo consigue, pero que no por eso se ha planteado nunca abandonarle: «¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna». Es, al fin y al cabo, un amor, una proximidad, un cariño que funciona con el corazón, que está más allá de las cosas que se pueden razonar y explicar. Es una proximidad que aquella noche llega a sus extremos más altos y que hoy revivimos.

San Juan es el único evangelista que no relata expresamente la institución de la Eucaristía. El gesto del lavatorio de pies, enmarcado tan solemnemente, tiene el mismo significado de entrega por amor. Las tradiciones sinópticas y paulina nos recuerdan y refuerzan el hecho. Así comprendemos, tras el lavatorio como llamada de atención sorprendente —era El, el Señor, quien «estaba a sus pies»—, la entrega de su Cuerpo y de su Sangre, «por ustedes». No f ésta una cena «homenaje», sino una cena «entrega», en la que el Señor da parte de sí mismo a sus amigos más íntimos en la que crea una comunión de vida con ellos que les marcará para siempre. El gesto una vez responde a una realidad. Por eso la cena del jueves no se puede entender sin la cruz del viernes. «Cada vez que comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor hasta que vuelva» (1Co 11,26). No existe mayor amor que el que da la vida por sus amigos, había anunciado Jesús. Dar verdad a estas palabras significa una entrega sin reservas. El gesto no quiso ser y hacerse como un recuerdo bello para la historia, sino un mandato que ponía en pie una comunidad nueva: la de los que sirven humildemente a los demás, la de los que en el Cuerpo y Sangre de Jesús reciben fuerza para amar y entregarse hasta la muerte. «Les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, lo hagan ustedes también» (Jn 13,15). «Hagan esto en memoria mía» (1 Cor 11,24).

Si ante la imagen de Jesús dándose a los hombres, que vemos en el Evangelio de hoy, no nos tomamos en serio nuestra conversión, si ante este Jesús que se entrega, nosotros somos incapaces de ponernos en su lugar, habrá que pensar que nuestro corazón se ha puesto muy duro y que hemos de trabajar en serio para transformarnos. Porque el Evangelio de hoy no es una parábola más o un milagro más, o una reflexión más, es Cristo mismo dándose a los hombres por amor, e inaugurando una nueva era: la de los hijos de Dios, hermanos de los hombres. Habrá que preguntarnos: ¿Aceptamos este Jueves Santo unirnos en aquel gesto inolvidable? ¿Significa cada Eucaristía un robustecimiento de comunión y entrega mutua? ¿Es la comunidad que celebra y proclama la muerte del Señor hasta que vuelva un lugar de servicio a la humanidad de hoy? ¿En qué se podría concretar este servicio? ¿Cómo amar en medio de una pandemia al estilo de Jesús? Vivamos este Jueves Santo de l mano de María que seguro estuvo al tanto de lo que sucedía en aquellos momentos. ¡Bendecido Jueves Santo!

Padre Alfredo.

P.D. El «Pequeño pensamiento» no se publicará del 4 al 17 de abril porque estaré en Ejercicios Espirituales y en Asamblea General. Me encomiendo esos días a sus oraciones.

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