En la Eucaristía, todos los católicos escuchamos siempre la voz de nuestro Buen Pastor. atendemos a su Palabra y hacemos caso. Nos alimentamos con su Cuerpo y con su Sangre. En verdad —como lo hemos constatado en medio de esta pandemia al poder ya regresar a los Templos— nuestra Misa es un momento privilegiado en que Cristo es Pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada: siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él, imitando su estilo de vida, aun cuando por diversas circunstancias aún no se pueda asistir a la Misa presencial y se tenga que seguir viendo por Internet. La comunidad creyente, Jesús y el Padre, vienen a ser una misma familia. A estas alturas de la pandemia en que estamos la mayoría de nosotros, regresando a la Misa presencial en nuestros Templos, tenemos que preguntarnos por nuestra adhesión a Jesús. ¿Es él de verdad el Señor de nuestra existencia? ¿Ajustamos nuestra vida personal, familiar, social, al imperativo de su Palabra que es el amor manifestado en el servicio? ¿Somos miembros activos de su Iglesia, el pequeño rebaño de ovejas que él tiene en sus manos?
Hoy Jesús dice: «Mis ovejas reconocen mi voz y ellas me siguen». La comunidad eclesial, cuando participa en la celebración de la Eucaristía, recibe el testimonio de Jesús en su Palabra y lo convierte en una experiencia de firmeza en medio de la recia crítica del mundo. El Resucitado actúa en la comunidad con su Cuerpo y con su Sangre favoreciendo experiencias de vida plena: «Yo les doy la vida eterna, y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano». Los que son de Jesús lo escuchan, le prestan adhesión —me siguen—, comprometiéndose con él y como él a entregarse sin reservas. En cada Eucaristía el Padre esta presente y se manifiesta en Jesús. Pidamos a María Santísima que siempre queramos recibirlo para configurarnos con el y ser nosotros también «buenos», buenos pastores y buenas ovejas. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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