sábado, 3 de abril de 2021

«Una reflexión para Sábado Santo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy, Sábado Santo, los discípulos misioneros de Cristo permanecemos en silencio contemplando la tumba de Jesús. No decimos nada. No celebramos nada. Estamos inundados de silencio. Hoy, propiamente, no hay «Evangelio» para meditar o —mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio —la Buena Nueva—, porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva. Una parte de nosotros mira a la noche de la muerte. La otra intuye lentamente la alborada que traerá el gozo de la Resurrección. Es un día lúgubre para compartir espiritualmente los sentimientos, los anhelos, las dudas y las esperanzas que probablemente ocuparon el corazón y la mente de los discípulos de Jesús, de su Madre santísima y de los arrepentidos por haber traicionado al Señor. No sabemos dónde estaban los Apóstoles. Andarían perdidos, desorientados, temerosos y confusos. Pero seguro acudieron a la Virgen. Ella protegió con su fe, su esperanza y su amor a esta naciente Iglesia, débil y asustada. Así nació la Iglesia: al abrigo de nuestra Madre. 

Me viene el recuerdo de las palabras de san Juan Pablo II en su carta apostólica «Novo Millennio Ineunte —El nuevo milenio—» y en lugar de decir yo máscosas para la reflexión, dejo que este santo Papa nos hable y nos haga él la reflexión: «Como en el Viernes y en el Sábado Santo, la Iglesia permanece en la contemplación de este rostro ensangrentado, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación del mundo. Pero esta contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado! Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe (cf. 1 Co 15,14). La resurrección fue la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la Carta a los Hebreos: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (5,7-9).

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que lloró por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: "Tú sabes que te quiero" (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: "Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia" (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. "Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia": ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él "es el mismo ayer, hoy y siempre " (Hb 13,8)». Hasta aquí las palabras de San Juan Pablo II y con esto me quedo, para meditar el día de hoy acompañando a María y anhelando la Vigilia de esta noche, la Vigilia Pascual, para que nos inunde de la presencia de Jesús Resucitado. ¡Bendecido Sábado Santo!

Padre Alfredo.

P.D. Les recuerdo que del 4 al 17 de abril no se publicará este pequeño pensamiento porque estaré en Ejercicios Espirituales y reunión de Asamblea General de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. Estoy seguro de que cuento con sus oraciones.

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