viernes, 2 de abril de 2021

«La Cruz redentora de nuestro Salvador»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hoy, que es Viernes Santo, como cada año, tenemos en el Evangelio la lectura de la Pasión según san Juan (Jn 18,1-19,42) en la cual se nos muestra este acto de amor de Cristo como el momento cumbre de su glorificación. Ante la lectura de la Pasión, uno queda en primer lugar sin palabras. El hecho que celebramos es para nosotros tan importante que difícilmente hallaremos una actitud más propia que la de una contemplación humilde, sencilla, como quien contempla algo que le supera, le admira, le conmociona. Sólo Jesús fue capaz de aceptar el desafío de aquella hora. Un desafío que le situó por encima de cualquier otro hombre, como la verdad silenciosa que juzga a todo hombre. Jesús murió en soledad como el único hombre que había sido capaz de superar la prueba. Judas le entregó, Pedro le negó y los demás huyeron con excepción de Juan que permaneció al pie de la Cruz con María.

Juan insiste ante todo y desde el comienzo de su relato de la Pasión, en la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre. Es éste un tema querido para él; por eso no encontramos en Juan súplica alguna de Jesús que deje ver su deseo de que se le exima del cáliz; por el contrario, sus palabras indican que acepta este cáliz como una obligación, pero igualmente como una entrega que ha de conducirle a la gloria. «El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?» (Jn 18,11). Jesús murió abandonado, fracasado, humillado, ajusticiado como un malhechor por los romanos y excomulgado como un hereje por los judíos. Pero, a pesar de todo eso, Él murió confiado en el amor y en el poder de su Padre Misericordioso a quien obedeció hasta el extremo. En medio de este clima de obediencia de Cristo al Padre, destaca su libertad para obedecer. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (Jn 18,4), consciente de que todo está cumplido (Jn 19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas (Jn 10,17). Nadie le quita la vida. La da porque quiere (Jn 10,18). 

A la luz de este relato, entendemos perfectamente por qué la cruz es el instrumento elegido por el Padre —respetando la libertad de los hombres— para revelarnos su amor, para hacernos partícipes de su vida. La salvación total del hombre nace de la debilidad en la cruz, no del poder, de la derrota, no de la violencia. Así aparece que el hombre no se salva por sí sólo, es Dios quien lo salva. Los cristianos, a través de la densa tiniebla del viernes santo, descubrimos el sentido de la Cruz de Cristo y de nuestra cruz. Si aceptamos hoy la cruz de nuestras vidas, como discípulos–misioneros de Cristo y besamos ahora la Cruz de Cristo, besamos nuestra propia cruz como gracia de Dios y seguimos detrás de Él. El signo de la cruz no es un signo de fatalidad, sino de esperanza. Una esperanza que solamente brota en el seno de la forma humana de vivir que nos muestra Jesús: fidelidad y obediencia al Padre de todos. Permanezcamos hoy con María al pie de la Cruz. ¡Bendecido Viernes Santo! 

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario