Como en otros pasajes del Evangelio, Jesús hace pasar a sus oyentes del sentido material al espiritual. De este modo llegamos al culmen de la revelación de Jesús, cuando éste proclama: «Yo soy el Pan de Vida». Pero gran parte de los habitantes del mundo no conocen a Jesús y nada saben de este Pan vivo. El hombre de hoy está sediento, está hambriento y no sabe de qué. Por ello ha desatado una búsqueda sin tregua tratando de encontrar algo que verdaderamente le sacie. Lo busca en el placer, en el poder, en la fama, en el dinero, etc.… A final de la búsqueda siempre lo mismo: vacío y soledad. Y es que solo Jesús es el pan que sacia. Solo la vida en el amor de Dios puede dar sentido a la vida. Jesús dijo: «Yo soy el pan que da la vida» por ello solo él sacia, solo su amor llena nuestros vacíos y nuestras soledades. La vida en Cristo se transforma en plenitud. Por ello quien tiene a Cristo lo tiene todo, quien no lo tiene no tiene nada. Este tiempo de Pascua es de nuevo una oportunidad para encontrarnos con Jesús resucitado con el verdadero pan que sacia, con el pan que da la vida que es paz, alegría y amor como digo, no lolamente para saciarnos nosotros, sino para darlo a los demás.
¿Y cómo lo damos a los demás? Sencillamente haciéndonos como él, «pan partido». Pan que se da y se reparte para saciar el hambre espiritual; pan que conforta a los hombres y mujeres «desnutridos» en el campo de la fe; pan que ha de darse en los pequeños servicios de cada día, en hacer un favor, en llamar a un amigo enfermo que está lejos, en ayudar en las labores de casa... Quienes hemos entrado en comunión de vida con el Señor estamos obligados a hacerlo presente, con todo su poder salvador, en el mundo. El verdadero hombre de fe vive totalmente comprometido con la historia para convertirse en un auténtico «pan partido» que se da. Proclamar el Nombre de Dios en la diversidad de ambientes en que se desarrolla la vida de los Cristianos nos ha de llevar a no sólo dar testimonio del Señor con las palabras, ni sólo con una vida personal íntegra, sino a trabajar para que vayan desapareciendo las estructuras de maldad y de pecado en el mundo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, convertirnos, por nuestra unión verdadera a Cristo, en un auténtico alimento de vida eterna para el hombre de nuestro tiempo, en un «pan partido» hasta que finalmente estemos, junto con Él, sentados a la diestra de Dios Padre todopoderoso. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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