El día de hoy el Evangelio nos ofrece el pasaje de Jn 6,22-29, narración que acontece, como he mencionado, luego de dos importantes milagros. Con sus milagros, Jesús quiere que las personas capten su persona, su misterio, su misión. «Que crean en el que Dios ha enviado». Es admirable, a lo largo del Evangelio, ver cómo Jesús, a pesar de la cortedad de sus oyentes, les va conduciendo con paciencia hacia la verdadera fe: «yo soy la luz», «yo soy la vida», «yo soy el Pastor». En el relato de hoy, a partir del pan que han comido con gusto, les ayudará a creer en su afirmación: «yo soy el pan que da la vida eterna». EL trozo evangélico nos deja ver que la multitud buscaba afanosamente a Jesús. No lo ve donde esperaba verlo: en la barca junto a sus discípulos —su comunidad—. La gente constata, sin embargo, que el número de los que buscan a Jesús ha aumentado: «llegaron otras barcas desde Tiberiades». Este aumento de personal los mueve a iniciar la búsqueda de él y sus discípulos en Cafarnaúm. Lo encuentran al otro lado del mar, es decir, venciendo los obstáculos que impone el éxodo, el cambio de situación. La multitud llama a Jesús «Rabí» o maestro. Veían en él un guía que les aseguraría, sin duda alguna, más pan como en la multiplicación. Por eso Jesús les reprochó la actitud, ya que lo buscaban porque sólo pensaban saciar inmediatamente el hambre material. La gente no entendía el significado de las señales, sólo esperaba un rápido beneficio. La falta de comprensión los llevaba a querer saciar únicamente la urgencia política —un rey— y económica —la comida—.
En el entramado de la escena, Jesús le exige a la multitud que tome una opción permanente de fe y no sólo una opción de emergencia, ya que la fe en su persona, en lo que él significa, es el único fundamento de la acción. Fíjense, mis queridos lectores, que en medio de la situación tan difícil, tan complicada, tan atípica que vivimos en la pandemia, a menudo me pregunto por las motivaciones que nos impulsan a creer en Jesús en medio de esta situación cuando veo la Iglesia el domingo, como ayer, casi vacía. Creo que las motivaciones para creer en Cristo son varias y van cambiando a lo largo de esta pandemia. Se dispensó de la asistencia a Misa presencial y ahora muchos se quedan solamente en Internet cuando ya pueden y deben —en conciencia moral— regresar al Templo. Ah, pero que no se enferme alguien o se tenga un difunto por el coronavirus porque entonces sí hay una cercanía y una búsqueda de Cristo. ¿No estaremos como comunidad de creyentes como aquellos que solo lo buscaban por la solución a su problema de hambre? Ahora, que vamos volviendo poco a poco —aunque sea muy lentamente a la normalidad— es tempo de revivir la fe y darnos cuenta de que somos destinatarios del amor de Dios que sacia no solamente la necesidad material, sino la inmensa necesidad espiritual que tiene el hombre de hoy. Por mi parte, y los invito a ustedes también, a que bajo la mirada de María, sigamos buscando a Jesús que nos brinda, más que cosas materiales, un amor gratuito e inmenso. ¡Bendecido lunes y un gusto volver a compartir con ustedes!
Padre Alfredo.
Cuánta razón tiene Padre, siempre que tenemos un problema.que nos afecta enormenente, es cuando buscamos a Cristo, en medio de la tempestad, acudimos a el y cuando ya a pasado todo, volvemos a la indiferencia. Hoy me pegaron sus palabras porque precisamente acudo a mi Dios Padre por un problema que tengo, nunca me soltare de su mano y lo buscare todos los días porque necesito de el todos los días de mi vida. Gracias Padre por compartir estas palabras que se que Dios las manda para mi a través de usted. Gracias Padre y que Dios lo bendiga sienpre. Un fuerte abrazo! Saludos!
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