Mediante la Eucaristía, que en la Iglesia celebramos con fe, hacemos nuestro el Misterio Pascual de Cristo en su totalidad: su Encarnación, su Pasión y Glorificación, y su Eucaristía. A través de este Misterio Pascual que estamos celebrando nosotros recibimos la Vida que él ofrece a todo hombre de buena voluntad que, creyendo en él, lo acepte en su totalidad en la propia vida. Por eso podemos decir que la Iglesia se edifica en torno a la Eucaristía, que es el Sacramento que nos sirve como el mejor eslabón que une a Dios con la humanidad. Aquel que desprecie la Eucaristía estará perdiendo la mejor de las oportunidades para unirse a Dios y a la comunidad de creyentes que lo alaban, que lo escuchan y que se comprometen con el Señor desde esta vida. Una cosa es no poder asistir a la Eucaristía y otra no querer. Por eso en estos tiempos de pandemia se nos dice que no nos podemos «acomodar» y «acostumbrar» a la Misa por Internet, que eso es solamente cuando no se pueda vivirla presencialmente. Como discípulos–misioneros hemos de revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Enamorados de Cristo tenemos muchos detalles de deferencia al Señor en la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales cuando no se puede asistir a la Misa presencial, Adoración Eucarística, Visitas al Santísimo, etc.
Por eso podemos decir que en este pasaje de Juan 6 se encuentra la medula del significado y del valor de la Eucaristía. Jesús dice, que «el que no coma y beba no tendrá vida», por ello lo primero que surge es que este alimento espiritual no es «optativo», es algo que se exige si verdaderamente se quiere tener la «Vida» y aspirar a la resurrección eterna. El efecto de este pan de vida, es la unión y permanencia con Jesús. De manera que el pan se convierte en la sabia que da vida a nuestra vida injertada en Cristo. Por lo tanto, la Eucaristía no es una presencia simbólica, como dicen algunos; o meramente espiritual, sino que es real y substancialmente su cuerpo —lo mismo decimos para la sangre en el cáliz—. Finalmente, y como consecuencia de esto, se trata de comer, de darnos cuenta que al comulgar estamos «comiendo» a Jesús y que esto es precisamente lo que nos da la vida. Pidámosle a la Virgen, que nos dio a Jesús Eucaristía que encontremos la oportunidad de asistir a Misa siempre que se pueda para comulgar a Jesús y que, cuando no sea posible hacerlo, no nos olvidemos de hacer la comunión espiritual. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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