sábado, 24 de abril de 2021

«Tú tienes palabras de vida eterna»... Un pequeño pensamiento para hoy


Nosotros, gracias a la bondad de nuestro Padre Dios, que nos ha atraído hacia él, creemos en Cristo. Lo vemos palpable en su Palabra y en la Eucaristía, a pesar de que muchas veces, en contraste con lo que el mundo ofrece, sea difícil seguirle. Jesús siempre será un signo de contradicción como lo era para la gente de aquellos tiempos, según nos narra el Evangelio de hoy, que es la última parte del capítulo 6 de san Juan que hemos leído toda la semana (Jn 6,60-69). Ciertamente que a veces muchos le seguían, como cuando multiplicaba el pan y daba de comer a las multitudes. Pero en momentos como el que hoy relata el evangelista, hasta sus discípulos murmuran de él, no sabemos si porque les parecía extraño que el hijo del carpintero se proclamara como el Hijo de Dios o porque hablaba de que había que «comer su carne y beber su sangre», con una alusión al sacramento eucarístico que ellos, naturalmente, no podían entender todavía. Menos mal que el grupo de sus Apóstoles, cuyo portavoz es —una vez más— Pedro, le permanecen fieles. Tal vez no han entendido del todo sus afirmaciones. Pero creen en él, le creen a él: «¿a quién iremos? tú tienes palabras de vida eterna».

En el relato nos damos cuenta, en este final, que los auténticos discípulos–misioneros de Cristo no lo abandonan, aunque en aquel momento pudiera ser que la mayoría no tenía claro, como digo, lo que representaba la propuesta de Jesús ni el confesarse seguidores de su proyecto. Jesús vivió con ellos sus más hondas experiencias, se les reveló como hijo de Dios. A lo largo del camino que recorrieron los llenó de elementos que humanizaban, movió sus conciencias, les abrió los ojos a una nueva realidad. Cuando Jesús se alejó de ellos para volver a Dios, con el paso de los días se maravillaron del ser que permanecía entre ellos con más fuerza que antes y dijeron sin dudar que sus palabras eran de vida eterna. Hoy, como ayer, muchas fuerzas contrarias se oponen a la utopía propuesta por Jesús, perseguirán a sus seguidores, los llenaran de temores, los acorralaran, pero aun matándolos, no lograrán acabar con la raíz de este sueño que siempre retoñará en la humanidad. Es una fuerza ancestral, inherente a los seres humanos. El sueño de vivir en justicia, con la alegría de compartir lo mucho o lo poco que se tiene, de mirarnos a los ojos y sentirnos hermanos, sin engaños, sin trampas. Es un sueño de esos de los que habla el Papa Francisco y que no tiene fin ni aun con la pesadilla diaria de la muerte diabólica que tortura y persigue.

La dureza de la fe, si la gente no se da cuenta, le puede llevar al cansancio y al abandono, como muchos de aquellos discípulos que se escandalizaron de Jesús y le abandonaron. Son muchos los bautizados que han optado por marcharse, por buscar caminos más sencillos, por no comprometerse. Un auténtico creyente de hoy, un verdadero discípulo–misionero de Cristo es el que, por más que lo intenta, no encuentra nada mejor que Jesús... ¡Y se le nota! Muchos discípulos se siguen apartando definitivamente de Jesús. Basta comparar el número de bautizados con el número de católicos practicantes. El no se sorprende, sabe que podrá ser negado y hasta traicionado. Conoce la capacidad de nuestra fe. Espera pacientemente nuestra respuesta, por eso interroga a los doce si también ellos quieren irse y nos interroga de igual manera a nosotros. Es significativa la respuesta, por boca de Pedro en nombre de todos, incluso de nosotros, discípulos–misioneros de veinte siglos después. Esa respuesta que ya mencioné y que vuelvo a repetir: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». Que María Santísima nos ayude a permanecer fieles al Señor. ¡Ah, una cosa!... Mañana es el domingo del Buen Pastor. Oremos por nuestros pastores y pidamos al Señor que conceda pastores a su Iglesia «según su corazón». ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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