sábado, 22 de febrero de 2020

«Fiesta de la Cátedra de San Pedro»... Un pequeño pensamiento para hoy

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La Iglesia celebra hoy una fiesta especial llamada «La Cátedra de San Pedro». Es una celebración que viene desde el siglo IV para subrayar el especial ministerio que el Señor confió al jefe de los apóstoles, de confirmar y de guiar a la Iglesia en la unidad de la fe. En esto consiste el llamado «ministerium petrinum» —ministerio petrino—, ese servicio singular que el obispo de Roma está llamado a realizar a favor de todo el pueblo cristiano. Es una misión indispensable, que no se basa en prerrogativas humanas, sino en Cristo mismo como piedra angular de la comunidad eclesial. Hoy el Evangelio (Mt 16,13-19) nos recuerda el momento en el que Cristo otorga un poder especial a Pedro sobre su Iglesia: «Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo». 

La palabra «cátedra» significa «asiento o trono» y es la raíz de la palabra catedral, la iglesia donde un obispo tiene el trono desde donde predica y enseña a su pueblo. Sinónimo de cátedra es también «sede». La «sede» es el lugar desde donde un obispo gobierna su diócesis. Por eso decimos «la Santa Sede» refiriéndonos a la sede del obispo de Roma que es el Papa. Cuando uno va a la Basílica de San Pedro, en Roma, hay al fondo, el presbiterio, una magnífica composición barroca, obra de Gian Lorenzo Bernini que tiene incorporada una cátedra. Esta cátedra es en realidad el trono que Carlos II de Francia, conocido también como Carlos el Calvo, regaló al papa Juan VIII y en el que fue coronado emperador el día de Navidad del año 875. Carlos el Calvo era nieto de Carlomagno. Durante muchos años esta silla fue utilizada por el papa y sus sucesores durante las ceremonias litúrgicas, hasta que fue incorporada al Altar de la Cátedra de Bernini en 1666. Esta obra es hermosa, la Cátedra está sostenida por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio y en la parte de atrás arriba de la Cátedra está un vitral, el único colorido en la Basílica, que representa al Espíritu Santo y es llamado «La gloria de Bernini». 

Celebrando esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, uno definitivamente piensa en él, en este hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Kefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia. Seguro Pedro, como todo ser humano tendría sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría y después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y «lloró amargamente», dice el Evangelio. Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: «Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte, desde la Cátedra que le fue asignada por el Señor, en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. Es esencial que los discípulos–misioneros de hoy, sigamos mirando a ese Pedro que es piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe en el Papa, porque esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, expresa la misión que Cristo le confió a él y a sus sucesores: apacentar su rebaño con la predicación del Evangelio. Celebrar esta fiesta significa atribuir a ésta un fuerte significado espiritual y reconocer en ella un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que, junto a su Madre Santísima, quiere reunir a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación y que no nos ha dejado solos, nos ha dejado, como dice la beata María Inés Teresa «al dulce Cristo de la tierra» en el Papa. ¡Bendecido sábado! 

Padre Alfredo.

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