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A primera vista este parece un Evangelio únicamente para los consagrados, en especial los religiosos, pero el Evangelio no tiene descuentos para nadie. Lo que pasa es que se necesita un proceso de maduración en la fe, para aprender a distinguir la radicalidad de los consejos concretos de Jesús y la radicalidad del estilo de vida que conlleva la vocación cristiana en una austeridad que. en los últimos tiempos, ha recalcado mucho el Papa Francisco invitando a todos a vivir así, sin que nada ni nadie nos quiera frenar o atrapar fuera del Señor en nuestro caminar hacia la patria celestial sea cual sea nuestra vocación específica. Ser llamado a ser discípulo–misionero de Jesús —y todo bautizado lo es— desencadena una dinámica de transformación de la vida entera. Esta transformación viene de la exigencia a vivir en radicalidad todos los valores de la existencia. Esa madurez es la que adquirieron Pablo Miki y sus 25 compañeros mártires —entre ellos San Felipe de Jesús que celebramos ayer en México de manera particular—. No necesitamos nada material para seguir a Cristo, usamos de los bienes mientras estamos en este mundo, pero al final, nada nos quedará, nada nos llevaremos de aquí sino sólo el gozo de haberle dicho «sí» al Señor como María, como Pablo Miki y sus compañeros mártires.
San Pablo Miki nació en Japón en 1566 de una familia acomodada; fue educado por los jesuitas en Azuchi y Takatsuki. Entró en la Compañía de Jesús y predicó el evangelio entre sus conciudadanos con gran fruto. Al recrudecerse la persecución contra los católicos, decidió continuar su ministerio y fue apresado junto con otros 26 católicos a quienes les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos. Ellos iban cantando y orando. Les hicieron sufrir mucho. Finalmente llegaron a Nagasaki y, mientras perdonaba a sus verdugos, fueron crucificados. Tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos. Los mártires fueron: San Pablo Miki, San Juan Goto y Santiago Kisai. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, San Gonzalo García, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista y San Francisco de San Miguel. Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y Santo Tomás Kasaky, cuyo padre fue también martirizado. Todos ellos fueron canonizados por Pío IX en 1862. Que María Santísima y estos grandes testigos del amor de Dios intercedan por nosotros para que comprendamos con más claridad lo que necesitamos para seguir al Señor como discípulos–misioneros. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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