En una época en la que la cultura era muy importante, pero la escuela era un privilegio de unos cuentos, hubo en la Iglesia un florecimiento de santos que se impusieron como misión la instrucción de la niñez y de la juventud. Entre ellos Gaetano de Thiene, Antonio María Zacarías, Angela de Mérici, Jerónimo Emiliani, Felipe Neri, José de Calasanz y otros. El día de hoy la Iglesia celebra a San San Jerónimo Emiliani, un santo que nació en Venecia en 1486, y como todos los de familias importantes de aquel entonces siguió la carrera militar. Poco o más bien dicho nada, es lo que sabemos de la ifancia de este santo. Nos trasladamos al 1511, cuando cayó prisionero en Castelnuovo mientras luchaba contra la Liga de Cambrai. Durante su cautiverio, Jerónimo se dedicó a meditar sobre lo efímero del poder mundano. Inesperadamente fue liberado un mes después, y fue entonces cuando sintió viva la vocación. Reconociendo que su liberación de la cárcel era un favor especialísimo de la Sma. Virgen, se dirigió ante la imagen de Nuestra Señora en Treviso y a sus pies dejó sus cadenas y sus armas de militar, como recuerdo y agradecimiento y se propuso propagar incansablemente la devoción a la Madre de Dios dedicándose al servicio de los pobres, de los enfermos, de los jóvenes abandonados y de las mujeres arrepentidas de su vida pasada. Un campo sumamente vasto.
Después de un corto noviciado como penitente con Giampietro Carafa —que sería luego el Papa Pablo IV—, Jerónimo fue ordenado sacerdote en 1518. La visión del mundo, por parte de Jerónimo era que, como dice Cristo en el Evangelio de hoy, la gente andaba «como ovejas sin pastor» (Mc 6,30-34) y sintiendo compasión se lanzó a atender a los más que pudiera. En 1531 se propagó por Italia la terrible peste del cólera. Jerónimo vendió todo lo que tenía, incluso los muebles de su casa, y se dedicó a atender a los enfermos más abandonados. El mismo tenía que cavarles las sepulturas y llevarlos al cementerio, porque casi nadie se atrevía a acercárseles, por temor al contagio. También él se contagió de la terrible enfermedad, pero por favor de Dios logró curarse. Miles y miles de niños pobres quedaron huérfanos y desamparados, por la muerte de sus padres en la epidemia de cólera. Entonces Jerónimo se dedicó a recogerlos y a proporcionales alimento, vestido, hospedaje y educación, todo totalmente gratis. De casa en casa iba pidiendo limosnas para poder ayudar a sus niños huérfanos. Muchos le socorrieron. Levantó dos grandes edificios; uno para recibir a los niños y el otro a las niñas. Y como muchas mujeres ante la absoluta miseria se dedicaban a la prostitución, entonces el santo fundó una Casa para mujeres arrepentidas y allí aprendían costura, bordados y otras artes para ganarse la vida honestamente.
Varios de los amigos y colaboradores del santo, deseaban dedicarse por completo a la obra de atender a los niños huérfanos y desamparados, y entonces con ellos fundó una nueva comunidad en Somasca, cerca de Milán. El nombre de esta congregación religiosa fue de «Servidores de los pobres», pero en recuerdo al sitio donde se efectuó su fundación, ahora se llama la Comunidad de los Padres Somascos. En la actualidad tienen unas 75 casas en el mundo con unos 500 religiosos, y se dedican preferencialmente a educar niños desamparados. Las gentes decían que la vida de Jerónimo Emiliani estaba toda hecha de caridad. Nadie que viniera a pedirle un favor quedaba sin ser atendido. Lo llamaban «el paño de lágrimas» de los que sufrían y lloraban. No reparaba en ningún sacrificio con tal de hacer el bien, especialmente a los niños más pobres, para los cuales se sacrificaba hasta el extremo con tal de conseguirles maestros, alimentos y toda clase de ayudas espirituales y materiales. Dios premiaba su oración, su caridad y su sacrificio, permitiéndole obrar frecuentes milagros. A muchos enfermos los cuidaba como especializado y amable enfermero, y a varios otros les colocaba las manos sobre su cabeza y los curaba de sus enfermedades. Cuando nuevamente vino una epídemia, esta vez de cólera, el santo volvió a hacerse uno con los enfermos y fue atacado por la enfermedad y murió a los 56 años entre sus hijos predilectos: los pobres y los enfermos, a quienes había dedicado todos sus esfuerzos. Era el 8 de febrero de 1537. Fue canonizado en 1767, y en 1928 Pío XI lo nombró Patrono de los huérfanos y de la juventud abandonada. ¡Que a nosotros también Jesús y María, nos muevan a compasión por quienes más necesitan, bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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