miércoles, 12 de febrero de 2020

«Un corazón limpio»... Un pequeño pensamiento para hoy

Hay un viejo cuento que trata de dos ermitaños que vivían en un islote cada uno de ellos. Uno de ellos, ermitaño joven, se había hecho muy célebre y gozaba de gran reputación, en tanto que el otro era un anciano desconocido. Un día, el anciano tomó una barca y se desplazó hasta el islote del afamado ermitaño. Le rindió honores y le pidió instrucción espiritual. El joven le entregó un mantra —un pensamiento, frase, palabra o sílaba sagrada que se recita como apoyo de la meditación— y le facilitó las instrucciones necesarias para la repetición del mismo. Agradecido, el anciano volvió a tomar la barca para dirigirse a su islote, mientras su compañero de búsqueda se sentía muy orgulloso por haber sido reclamado espiritualmente. El anciano se sentía muy feliz con el mantra. Era una persona de buenos sentimientos y ahora, ya en su ancianidad, quería hacer alguna práctica metódica. Estaba el joven ermitaño leyendo las escrituras, cuando a las pocas horas de marcharse, el anciano regresó. Estaba compungido, y dijo: —Venerable asceta, resulta que he olvidado las palabras exactas del mantra. Siento ser un pobre ignorante. ¿Puedes indicármelo otra vez? El joven miró al anciano con condescendencia y le repitió el mantra. Lleno de orgullo, se dijo interiormente: «Poco podrá este pobre hombre avanzar por la senda de la espiritualidad si ni siquiera es capaz de retener un mantra.» Pero su sorpresa fue extraordinaria cuando de repente vio que el anciano partía hacia su islote caminando sobre las aguas. El Maestro dice: No hay mayor logro que la pureza de corazón. ¿Qué no puede obtenerse con un corazón limpio? 

Es de un corazón limpio que nos habla el Evangelio de hoy cuando dice: «Nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede contaminarlo, porque no entra en su corazón... lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro» (Mc 7,14-23). ¡Cuánto hay que cuidar nuestro corazón y mantenerlo limpio! En un corazón limpio, un corazón puro, se origina todo lo bueno que luego se hace realidad en el diario vivir. En él se consolidan, con la gracia, una piedad sincera para tratar a Dios, y el amor limpio, la comprensión y la cordialidad. La pureza del corazón agranda la capacidad de amar, mientras el aburguesamiento, el egoísmo, la ceguera espiritual son consecuencia de una interioridad manchada. «Porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad» nos recuerda también hoy el Evangelio, Por eso advierte el Libro de los Proverbios: «Guarda tu corazón más que toda otra cosa, porque de él brotan los manantiales de la vida. El corazón es el símbolo de lo más íntimo del hombre» (Prov 4,23). 

Entre los santos que se celebran en la Iglesia, está el monje cisterciense San Alfredo de Rivaulx (1109-1176). La historia nos dice que nació en Hexham (Northumbria, entre Inglaterra y Escocia) y que hacia la edad de catorce años entró al servicio del rey David I de Escocia, en cuya corte completó su formación, pasando después a ocupar el cargo de mayordomo (dispensator). Hacia 1134, según se narra, abrazó la vida monástica cisterciense en el monasterio de Rieval (Rievaulx, Yorkshire), casa fundada dos años antes por la abadía de Claraval (Ville-sous-la-Ferté, Francia), de donde era abad san Bernardo. Su humanismo y sus talentos intelectuales y espirituales, procedentes de un corazón puro, lo llevaron bien pronto a asumir tareas de dirigir su propia comunidad: fue maestro de novicios y luego abad desde el 1147 hasta su muerte. A pesar de su vida retirada no dejará de intervenir en política, merced a su amistad con el rey Enrique II de Inglaterra. Por esta amistad fue invitado a la traslación de los restos de San Eduardo el Confesor, lo que le animó a escribir la vida del santo. Además de la vida de San Eduardo el confesor, escribió seis tratados sobre la historia de Inglaterra de su tiempo y otras tantas obras ascéticas. Cuando murió tenía gran fama de santidad por lo que rápidamente fue canonizado, 35 años después de su muerte el 12 de enero, día en que lo conmemora el martirologio romano. Que Santa María la mujer del corazón más puro y San Alfredo, este monje de limpio corazón, nos ayuden en el camino de nuestra santificación hasta alcanzar el cielo. ¡Bendecido miércoles! 

Padre Alfredo.

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