Cada año, cerrando la «Semana de oración por la unidad de los Cristianos», que se celebra del 18 al 25 de enero, se celebra en este día, la fiesta de la conversión del Apóstol san Pablo, una de las conversiones más conocidas de la historia y la única que se celebra con una fiesta, por la gran trascendencia que tiene: ¡todos conocemos esta historia que hoy nos narra el mismo Apóstol de las gentes en el libro de los Hechos (Hch 22,3-16), cuyo encuentro con Jesús marca un cambio de 360 grados en su vida y lo lleva a ser un predicador incansable de la Buena Nueva como el Señor había pedido a sus discípulos en el Evangelio (Mc 16,15-18). No me apetece hablar de esta conversión, porque como digo, ya la conocemos de sobra todos y hay de nosotros si no buscamos imitar a san Pablo, como discípulos–misioneros para que el Reino de Dios se siga extendiendo.
Hoy quiero hablar más bien de esta «Semana de oración por la unidad de los Cristianos» que hoy cerramos y que este año ha tenido como lema una pequeña frase del Deuteronomio: «Actúa siempre con toda justicia» (Dt 16,18-20) y lo haré transcribiendo textualmente un cuento titulado: «La boca hecha agua» que el padre Gabriele Amorth pone en su libro: «Dios es más bello que el diablo»: «Un santo tuvo un día la oportunidad de hablar con Dios y le preguntó: “Señor, me gustaría saber cómo son el paraíso y el infierno”. Dios condujo al santo varón hacia dos puertas. Abrió una y le permitió mirar adentro. Había una enorme mesa redonda. En el centro de la mesa se encontraba un grandísimo recipiente que contenía alimento de un delicioso olor. El santo varón sintió que la boca se le había agua. Las personas sentadas alrededor de la mesa estaban flacas, de aspecto lívido y enfermizo. Todos tenían aspecto de hambre. Tenían cucharas con mangos larguísimos, pegadas a sus brazos. Todos podían alcanzar al plato de alimento y recoger un poco, pero como el mango de las cucharas era más largo que su brazo, no podían acercar el alimento a su boca. EL santo varón se conmovió a la vista de su miseria y de sus sufrimientos. Dios dijo: “Acabas de ver el infierno”.
Dios y el hombre se dirigieron hacia la segunda puerta. Dios la abrió. El hombre vio una escena idéntica a la precedente. Estaba la gran mesa con el recipiente que le hizo venir el agua a la boca. Las personas alrededor de la mesa también tenían cucharas de largos mangos. Pero esta vez, estaban bien alimentadas, felices y conversaban entre sí sonriendo. El santo varón dijo a Dios: “¡No entiendo!”. ¿Muy sencillo” respondió Dios: “¡Estos aprendieron a alimentarse los unos a los otros! Los primeros en cambio, no piensan sino en sí mismos. La diferencia entre el infieron y el paraíso la producen ustedes cuando no se dejan amar por mí para que cada uno ame a su vez al otro”. Así habló Nuestro Señor al buen hombre». Este cuento, creo yo, lo dice todo. Con ocasión de este octavario cada año podemos dar un paso en ese identificarnos con los mismos sentimientos de Jesús que nos invita a ser justos y a ser uno preocupándonos los unos de los otros concretando oración y mortificación pidiendo por la unidad de la Iglesia y de los cristianos. Este fue uno de los grandes deseos de san Juan Pablo II (Encíclica Ut unum sint, nn. 1 a 4), de Benedicto XVI y lo es asimismo de Francisco. Aquí en la parroquia hemos celebrado este octavario en la Misa de cada día con preces especiales rogándole a Dios, unidos con María Madre de la Iglesia, que, en justicia, sepamos ser instrumentos de unidad, personas que saben reaccionar sobrenaturalmente extendiendo la cuchara de la fe al otro. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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