La elección que Jesús hace de nosotros para llamarnos a ser sus discípulos–misioneros, es un asunto divino que no tiene explicación humana alguna. Él no nos ha llamado por conveniencia, por guapos —en cualquiera de las acepciones de esta palabra— o porque seamos los mejores. Nos ha elegido por amor para prolongar su misión. «“La misión de Jesús visible en el mundo ya terminó, Él ya acabó su carrera, más se quedó en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos», dice la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento (Lira del Corazón, p. 34). Y es desde la Eucaristía que nos impulsa a cumplir con la tarea que nos ha sido encomendada llevando el Pan de la Eucaristía, de los demás sacramentos y de su Palabra, que «es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos» como nos recuerda hoy la Carta a los Hebreos (Hb 4,12-16).
Esa Palabra contiene su ley, la ley de amor que está comprendida en los mandamientos, esas diez líneas de acción que nos ayudan a extender el amor y la presencia de Dios en el mundo actual. Hoy el salmista nos presenta la belleza de esta ley en la segunda parte del salmo 18 (19 en la Biblia), en una líneas que nos invitan a ver los mandamientos —la Ley— como un lugar de revelación de lo que Dios quiere que vivamos para darle gloria y captar lo grande de su providencia amorosa. Quien vive los mandamientos con sencillez, tiene a Dios y, como dice santa Teresa de Ávila en un escrito que llevaba por registro en su breviario: «Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta». En este mundo, regordeado de materialismo e inmerso en un materialismo asfixiante, Dios no se esconde y, con sus mandamientos, «alumbra el camino» pues él es nuestro «refugio y salvación».
Así lo entendió Mateo, el hijo de Alfeo, el publicano, elegido por Dios y constituido apóstol cuando escuchó el «sígueme» (Mc 2,13-17) que sigue resonando en el corazón de muchos hoy, como esa Palabra que invita a dejar lo superfluo por seguir al Señor como este pecador arrepentido que, por dinero, traicionaba a su pueblo. Dice el Papa Francisco: «en la vida de la Iglesia, tantos cristianos, muchos santos fueron elegidos de entre lo más bajo… Esa conciencia que los cristianos deberíamos tener —de dónde fui elegido para ser cristiano— debería permanecer toda la vida, quedarse ahí y guardar la memoria de nuestros pecados, la memoria de que el Señor tuvo misericordia de mis pecados y me escogió para ser cristiano, para ser apóstol. Hoy es un buen día para pensar en la elección que Dios ha hecho de nuestras personas para seguirle y es un buen día para agradecer los mandamientos como código seguro para seguirle con felicidad. Es sábado, y como cada sábado miramos de manera especial a María, ella siguió con fidelidad al Señor y por eso la llamamos «feliz», es decir «bienaventurada» todas las naciones (Lc 1,48). Nosotros también sabiéndonos «llamados» y con los mandamientos en la mano, en la boca y el corazón, podemos ser felices y bienaventurados. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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