¿Qué por qué escribo tan tarde ayer y hoy? ¿Alguna vez se han levantado un poco más tarde? Es que estoy de vacaciones en casa de mis padres, acá en la Sultana del Norte (Monterrey) y mañana regreso a mi Selva de Cemento. Estos días he hecho cosas muy diferentes trajinando de acá para allá y por lógica... de allá para acá —gracias a Manolo, Carmen, Luis Manuel y Raquelito— y hoy me viene compartir —aún en pijamas y sin rasurar, pero ya rezado—, algunas de éstas. Ha sido un gusto compartir tantos momentos con la familia y los amigos, primero los que he podido ver aquí en casa, como los Delgado-Landa, Paco y Gloria, Sofi, los Garza-Saucedo —hoy tenemos cena con ellos y los Díaz— y los que llegarán —de seguro— el día de hoy. ¡Gracias Cecy por la cena de anoche! He pasado momentos inolvidables en casa de Pilar conversando rico y comiendo igual; en casa de mi hermano Eduardo (Lalo) con él, Gloria (Yoyina) y su descendencia, disfrutando de las ocurrencias de Bárbara mi sobrina nieta y de todos nosotros... ¡qué por algo, la «huerca fregada» —como se suele decir por acá— es así. ¡Qué delicia el pavo de Pilar y ese relleno peruano que cautivó más de un estómago en casa de Lore en el Año Nuevo! Qué rico reunirme en algunos restaurantes de la comarca, para compartir la plática sabrosa y degustar la rica comida regia con los Rangel, con mi tía Amparo, con el doctor Porfirio, Gloria y Jessica y ayer con mi tía Susana, Leo, Pepe y sus hijos —¡dice mi tía que se vayan bien abrigados!—. Partir la rosca de Reyes—prematuramente porque no estaré el 6— y que le toque a uno el «Divino Niño de los tamales» no tiene precio y, dentro de la providencia del Señor ,augura un viajecito para traer los tamales de CDMX y comerlos con todos en febrero, como comenté ayer al llegar de Misa de 5 y con el pequeño niñito —medio curiosillo por cierto— que me salió de la rebanada que hasta cirugía le había hecho.
¡Qué bonita ocasión de estos días de Navidad gracias a Mons. Pedro Agustín que me permitió venir! Que rendidores días que quisiera haberlos hecho de 72 horas para visitar a algunos enfermitos más, aunque pude ver a Conchita Ramírez la mamá de mi entrañable amigo Víctor Segovia en el hospital y admiré nuevamente esa alegría característica de Víctor ahora cuidando a su mamá. Que gusto ver a Beto Hernández cuando fui a visitar a mi querido profesor José Hernández Gama quien, desde su camita, ofrece todos dolores y sufrimientos con esa sonrisa tan especial que habla de aceptación y fe y que sencillamente... ¡llena de alegría a este «hermanito del 61» como me llama cariñosamente la Madre Marthita! Qué alegría, por otra parte, gozar de la vocación sacerdotal a mis anchas, presidiendo y concelebrando la Santa Misa en la parroquia del Rosario —en San Nicolás— en donde fue mi Cantamisa hace miles de años para abrazar esta vez a algunos de mis hermanos Misioneros de Cristo de esta comunidad de Monterrey y a tanta gente tan querida que forma parte de mi gran familia extendida. Qué gracia tan grande volver a la parroquia de Guadalupe Salud de los Enfermos —en Cortijo del Río— para concelebrar con el padre Julián —que muchos saben que es como mi hermano el de en medio (así lo quieren mis padres)— ¡Gracias padre Juan Martín, un gusto saludarte! Y qué regalazo volver a mi parroquia de origen, el Espíritu Santo, en donde viven mis papás y saludar al padre Flore, al padre Víctor y concelebrar con mi padrino Mons. Ignacio Loth Vaquera la Misa de fin de año. Hoy saludaré a mis hermanas Misioneras Clarisas y a mis queridos «compadres Novelo» como llaman mis papás a este maravilloso matrimonio que me ha visto desde que di mis primeros pasos en medio de sus juntas del Movimiento Familiar Cristiano.
Pero, todo se entremezcla. ¡Qué dolor humano escuchar a mi queridísima Minerva dándome la noticia de la llamada que el Padre Celestial hizo a mi querido Salomón para dejar este mundo! Y, qué gozo, a la vez, por saber que un hombre tan lleno de bondad y otras virtudes, ha dejado las peripecias de este mundo para caminar al encuentro del Dios misericordioso en donde no habrá ya pena ni dolor, en donde no habrá necesidad de diálisis y en donde las rodillas vacilantes ya no darán lata... ¡cómo quiera volar ahora mismo a Los Ángeles y abrazar cada uno de estos días a Minerva a quien tanto le debo en mi vida y en mi vocación y decirle a sus hijos nuevamente lo que ellos saben que su papá significó para este padrecito. ¡Cómo me hubiera gustado poder acompañar a Eliseo por la muerte de su hermana María de Jesús por quien como por Salomón, pedí ayer en Misa de 5! El día último del año recé con Joel ante el nicho en donde están las cenizas de Almita y ese mismo día había saludado a Panchis, recordando a esta maravillosa mujer que esté año nos dejó... ¡Qué hermosa mi Navidad, qué maravillosos días de vacaciones que contrastan con un mundo que potencía hasta la náusea lo que llama «tolerancia» y que de ello no tiene nada, sino «feísmo», «chabacanería» y «vacío» ante la vulgaridad y el mal gusto que acampan a sus anchas por nuestras ciudades, alimentados por un ejército al servicio de los vaivenes de la moda y de las ideologías que van y vienen. Yo reivindico en estas vacaciones mi Navidad con todos mis recuerdos, mi imaginario. Los ratos que me hicieron enamorarme de ella en esta vez. Los huecos que en muchos años nadie podrá rellenar jamás sino el pequeño Niño de Belén. Reivindico el gozo de la familia al ver nuevamente las fotos y los videos, los momentos de oración, los valiosos momentos en soledad, los abrazos incendiados, la inocencia de Bárbara, la sonrisa de la gente al salir de Misa. Los espacios que han amansado nuevamente el sabor maravilloso que nos deja el nacimiento del Salvador y todo lo que alumbra esos agujeros negros de la inhumana sociedad en que vamos convirtiendo como cómplices nuestro mundo que puede ser tan sencillo... risas, alegría, esperanza, lágrimas, conversaciones, miradas azules o castañas... todo me lo llevo en una Navidad inclusiva... la mía. Y, con el salmista —según el Salmo Responsorial de hoy 97 (98 en la Biblia) digo en esta extensísima y mal hilvanada reflexión: «Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas... Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad... Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor»... ¡Y han de dispensar!
Padre Alfredo.
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