Estamos finalizando la Navidad, una época que hemos vivido como experiencia del amor que Dios nos tiene, y convicción de que, como nacidos de Dios, somos sus hijos, hermanos de Cristo Jesús y hermanos los unos de los otros, un tiempo litúrgico que debe dejarnos como consecuencia una actitud más positiva y una opción más clara por estos valores cristianos, empeñándonos más decididamente en la lucha contra el mal en nuestra vida. Mientras que a la vez trabajamos y rezamos para que los demás también venzan al mal en sus vidas. Terminada la Navidad, el día de mañana, con la fiesta del Bautismo del Señor, no puede seguir como antes nuestra vida. Tiene que notarse más esperanza en nuestro ser y quehacer. Más alegría en nuestra existencia. Más confianza en Dios y más amor al hermano en nuestra condición de discípulos–misioneros del Rey que ha nacido para nuestra salvación porque no hemos vivido este tiempo sólo como algo que se repite cada año. Cualquier empeño humano que no sea puramente mecánico da de sí lo suficiente para colmar la propia vida y la de los demás, llevándolas a metas más altas de santidad.
Hemos celebrado el nacimiento y la manifestación de Cristo al mundo. ¿De verdad lo dejaremos irrumpir en nuestra propia vida y en la vida de nuestros hermanos, en nuestra familia, en nuestras comunidades, para liberarnos con la Buena Noticia del reinado del Padre Misericordioso en su Hijo Jesús? La persona de Juan el Bautista, sus palabras en la primera lectura (1 Jn 5,14-21) y en el Evangelio de hoy (Jn 3,22-30), nos invitan a ir cerrando este ciclo de Navidad para que Cristo entre y se manifieste en nuestra propia vida y en la de los hermanos plenamente dejando, como recompensa alegrarnos con la voz del esposo, con la voz del «Amigo». Por esta razón en el salmo responsorial de hoy, apoyados con el salmo 149 repetimos: «El Señor es amigo de su pueblo». Este salmo tardío, es un himno que en este penúltimo día de la Navidad, nos invita a entonar cánticos y a danzar en honor de nuestro Dios, nuestro Hacedor, nuestro Rey, nuestro Amigo. El Señor nos llevará de victoria en victoria —como decía Santa Teresita del Niño Jesús— hasta el triunfo definitivo producido por esa amistad, que será el del Cordero y el de la Esposa, que ya desde este «Valle de lágrimas» —como dice la Salve—, canta los elogios de su Hacedor, de su Rey, de su Amigo que ha venido a traerle la salvación.
El Bautista emplea hoy (Jn 3,22-30) la hermosa y antigua imagen del esposo que recibe a la novia. El esposo es este Hacedor, este Rey, este Amigo: Jesús. La gente que acude a Él es el nuevo Israel, la amada esposa anunciada por los profetas. Son los tiempos de las bodas del Mesías con su pueblo, y Juan se alegra al escuchar el eco de su voz, como el amigo del novio, que lo acompaña, que lo asiste y que es testigo de su alianza de amor. Como amigo del esposo, el Bautista se contenta con que el novio ocupe el lugar principal, crezca en respeto y consideración entre los suyos y realice plenamente su misión redentora. Esta actitud de Juan es modélica para nosotros. Como él, también nosotros debemos hacer que Jesús sea conocido y mamado por todos; que Cristo crezca en el amor y en la fe que le deben los suyos, que ocupe el primer lugar en las vidas de todos aquellos a quienes se proclame el Evangelio, en el diario vivir de quienes conformen las comunidades cristianas. El día de hoy, bajo la mirada de María con José ya en Nazareth, contemplando al joven que está a punto de dejar el hogar materno para lanzarse a la conquista del mundo para el Reino, es, para ir cerrando la Navidad, una lección de humildad ante el Señor Jesús a quien no podemos suplantar con nuestros intereses personales de poder o de honor. La fe de Juan Bautista es ejemplar para todo discípulo–misionero; un modelo a seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a los demás al Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos egoístas. Juan no ha dudado ni un momento en disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Jesús, el Mesías, crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros. Así, con esa actitud, regresemos nosotros al Tiempo Ordinario cuya llegada, es inminente ya. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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